LAS ROMANTICAS EN UN SEMANARIO DEL SIGLO XIX
La bella limeña" (1872)
Esther Castañeda Vielakamen - Elizabeth Toguchi Kayo
La década de los '70 atraviesa por una serie de periodos que van desde el fin del militarismo con el gobierno de José Balta (1868-1872), la guerra civil de 1872 con los trágicos sucesos de los hermanos Gutiérrez, el triunfo del civilismo con Manuel Pardo y la Guerra del Pacífico (1879-1883), y en el plano civil se manifiesta la preocupación por la familia y la educación de las mujeres. Interés que se hace presente desde mediados de siglo pasado, paralelo a una actitud "romántica". (Denegri, 1996; Villavicencio, 1992).
Nosotras queremos con "La bella limeña" (1872), rastrear el aporte de la mujer a la vida cultural de la época.
Es cierto que a diferencia del interés que existía en otros países por el mundo femenino (Sullerat, 1963; Hahner, 1985), en el nuestro, eran pocas las publicaciones de este tipo (1) y lo destacable es que a partir de "La bella limeña" se da un "boom" de la prensa femenina (2). Es decir, un número apreciable de escritoras se dedican al quehacer literario y periodístico. Queremos visibilizar en "La bella limeña" quienes eran esas escritoras románticas tanto nacionales como extranjeras que empiezan a dar al público limeño la imagen de un staff compacto alternando sus discursoscon los de Ricardo Palma, Carlos Augusto Salaverry, Juan de Arona, Luis B. Cisneros, Manuel González Prada, entre otros. A través de sus textos conoceremos el o los romanticismos más comunes entre nosotros/-as, en otras palabras: su subjetividad.
¿Podemos hablar entonces del surgimiento de una prensa femenina? creemos que sí, pues se llama así a "las revistas para la mujer (que) se distinguen principalmente de otros medios de comunicación en que están dirigidos específicamente a las mujeres y son leídos primordialmente por éstas".
Aunque editadas de preferencia por hombres y no por mujeres, tenían el propósito de ofrecer entretenimiento, cultura y de elevar el nivel moral, mas no el de modificar la vida de las mujeres.
Este es el caso de "La bella limeña", que tuvo una brevísima existencia de apenas once números que van del 7 de abril al 16 de junio de 1872.
Si el titulo “La bella limeña” alude hacia quiénes va dirigida: a las "hijas del Rímac", el subtítulo “periódico semanal para las familias” señala la intención de introducirse en el recinto del hogar en busca de lectores/-as y suscriptores/-as.
Este semanario incluía las siguientes secciones: página editorial, revista de la semana (gaceta o crónica local), historia, literatura (novela, cuento, tradición, poesía, traducción), modas moral y costumbre, geografía, higiene, mosaico (miscelánea) y de anuncios domésticos. Se editaba en la prestigiosa "Imprenta del Universo" del bibliógrafo, tipógrafo y publicista francés Carlos Prince (1836-1919), en la calle de Belaochaga N1 -136. Salía los domingos de cada semana con 8 páginas de foliación seguida. El formato del periódico era de 36x27 cm y su precio de suscripción mensual era de 80 ctvs; semestral 4 soles y número suelto 20 ctvs.
En "La bella limeña" se observa tanto la presencia de escritoras como de escritores, predominando los segundos. De los 51 colaboradores/-as, 33 eran hombres y 18 mujeres. La dirección la tuvo el arequipeño Abel de la Encarnación Delgado Vargas (1841-1914), periodista, poeta, editor y abogado.
Qué mujeres escritoras escribían y publicaban en "La bella limeña". Acaso eran Clorinda Matto de Turner, Teresa González de Fanning, Mercedes Cabello de Carbonera, Lastenia Larriva de Llona, nombres focalizados por el canon literario. Más bien eran otras, que a su manera destacaron, estuvieron y fueron objeto de elogios y críticas. El mismo semanario nos proporciona en dos momentos las listas de colaboradoras/-es.
La primera enumeración "oficial" corresponde al Nº 5, del domingo 5 de mayo de 1872. Citemos al director: "he aquí la nómina de los principales colaboradores de la "La bella limeña" Señora Doña Juana Manuela Villarán de Plascencia, señorita Leonor Saury, señorita Adelaida Rivero, Señorita Rosa del Campo y las señoritas Adriana, Julia, Rosa, Elvira, Leonor y Elena que por su exceso de modestia no nos permiten publicar sus apellidos” (p. 33).
Observamos los criterios de ordenamiento: el sexual, es decir, mujeres y hombres, y en cuanto a ellas se las clasifica por su estado civil; finalmente por la reserva parcial de su identidad. Las escritoras parecen formar un grupo compacto, pero solo estaban unidas por el eje Mujer-Hogar-Familia-Amor-Desamor, bajo un tratamiento cristiano profundamente moralista.
En esa primera enumeración aparece el nombre de la argentina Juana Manuela Gorriti (1818-1892), a pesar de que no firma ninguna colaboración, mencionarla es para Delgado un recurso que utiliza para probar que cuenta con un plantel de intelectuales importantes. En este grupo está también la escritora tacneña Carolina Freire de Jaimes (1844-1916), quien reedita su novela "Un amor desgraciado" que apareció en 1868. Ella, recién arribada de Tacna, con un dinamismo nunca antes visto publica simultáneamente artículos en el "Correo del Perú" (1871-1878), en su sección Revista de Lima del diario "La Patria” (1872-1879), y poemas y leyendas en “La Revista de Lima” (1873, segunda época).
La tercera mencionada es Manuela Villarán de Plascencia (1841-1888), sus colaboraciones de índole poética aparecen en el "Almanaque de la broma", "El Comercio", y como afirma Varillas en el "Zefiro" y "El tiempo", publicaciones que no hemos encontrado (Varillas, 1992).
Encabeza el grupo de las señoritas Leonor Saury, autora de múltiples poemas que se hallan dispersos en antologías, diarios y revistas. Luego aparecen los nombres sin apellidos de Adriana y Julia. Hemos podido comprobar que bajo ellos se esconden los de las arequipeñas Adriana Buendía y Julia de la Fuente. También autoras extranjeras como la mexicana Dolores Guerrero y Victorina Ferrer de quien no hemos podido hallar mejor referencia.
En una larga nota del N1 11 con el titulo “La bella limeña": Periódico semanal para las familias aparecen los nombres de 43 colaboradores entre los cuales están Adelaida Rivero, Adriana Santander, Carolina Freire de Jaimes, Etelvina Lerzundi, Juana Manuela Gorriti, Leonor Saury, Margarita del Valle, Manuela Villarán de Plascencia, Mercedes Belzú de Dorado, María Josefa Mejía, Rosa del Campo, Rosario Orrego de Uribe (p. 88).
De los números 6 al 11 se observa una predilección por la prosa de reflexión en detrimento de la poesía; en el Nº 6, aparecen dos traducciones de Susana Sánchez, alumna del plantel que dirige la Gorriti, Rosa del Campo surge como narradora y se publica también a Manuela Villarán y Leonor Saury.
No son mencionadas en la lista de colaboradores/-as, pero publican ensayos las escritoras románticas españolas Faustina Sáez de Melgar Angela Grassi y María del Pilar Sirues de Marco (3).
Romanticismo es sinónimo de subjetividad, subrayando el lugar central que va a ocupar el individuo(a) de conciliación entre un yo en comunión con la naturaleza o marginado de los procesos sociales e históricos. Mundo de los sentimientos, las emociones, en suma de la subjetividad, que da origen al conflicto esencial, la grandeza de un alma agredida por un mundo limitado y reducido.
En el terreno de la poesía “La bella limeña” recoge textos moralistas o patrióticos, producto de una ilustración que mantiene sus fueros junto a otros que vuelve los ojos al sujeto, a la libertad y la imaginación.
Las escritoras repiten la sintaxis convencional y retórica expresando una subjetividad que por momentos carece de singularidad, prefiriendo estratégicamente la homogeneidad generada por la óptica masculina.
La poesía escrita por mujeres en “La bella limeña” apunta a conformar un yo lírico, enérgico en su defensa de la virtud. Ejemplos de esta actitud son los poemas: "Mi último tesoro" de Adriana Buendía y "Anacreóntica" de Leonor Saury. Uno de los tópicos es usar a las flores como símil del devenir temporal florear / marchitar aplicándolo al sentimiento en su plenitud y en su cese. Esta actitud aparece en poemas como "A una rosa" de Adriana Buendía, "La Roca y la Flor" de Julia de la Fuente y con una variante en "A una Camelia" de Leonor Saury en el que la comparación camelia/violeta busca la oposición orgullo/modestia. Estos textos poéticos tienden a transmitir una idea, una máxima, en el fondo persiste la intención didáctica apartándose del ejercicio de la imaginación.
Entre la tradición popular y culta se opta por ésta última que sin refinamientos léxicos y sin llegar a la cotidianeidad construyen un mundo "personal" cruzado por ráfagas de melancolía y tristeza.
La amistad en la poesía de mujeres, frecuente en posteriores publicaciones aparece también en “La bella limeña”, la complejidad de este sentimiento es apenas bosquejado, los límites entre la amistad y el amor son confusos, ellas toman del léxico amoroso masculino la forma de graficar esta relación. Un ejemplo son los versos del poema "No me olvides" de L. Saury. "Si, ven amiga que no me niego /a estrecharte en mis brazos cual me pides/ y mientras vivas por piedad te ruego/ que recuerdes y no me olvides”.
La poesía de álbum es considerada poesía de circunstancias y por lo tanto poesía menor, Manuela Villarán de Plascencia representa este género en el poema "En un álbum", en él contradice toda expectativa pues en lugar de sencillez nos topamos con un lenguaje rebuscado y rígido. Hay una relación entre expresión pública, estatismo convencional, en tanto que, ante una expresión más personal el lenguaje se vuelve m<s cotidiano, coloquial, realista, un ejemplo de la misma es "A mi lira" en él hace desfilar reflexiones sobre la escritura como lenitivo espiritual a la vez que físico, las referencias del yo poético son puntuales, rebasan las fronteras de la ficción poética "porque vuelvo la vista y me contemplo, / consumida al rigor de una dolencia / que aniquila mi débil existencia / y me hace de terror estremecer; / todo lo hallo monótono y sombrío, / mi vida pasa como un sueño horrible / y como ser feliz es imposible, / ven lira a consolar a esta muger".
El amor es mostrado como un sentimiento avasallador que hace de la mujer un yo pasivo, transfigurada por su toque, por su posesión. En un código amoroso ya establecido, anida en un lenguaje sin sorpresa "Tú como ya lo sabes; / tú de mi corazón tienes las llaves; / abre la puerta de oro, / y el nombre allí verás del que yo adoro" de "Madrigal" de A. Buendía.
La confesión de la fragilidad del "yo" se transforma en cualidad producida por el amor y por el amado, en "A una mirada" se alude al estoicismo ante horrores y calamidades.
La poseía escrita por las mujeres en “La bella limeña” opta por un intimismo que embellece tanto el plano de los sentimientos como de la realidad. Idealismo, melancolía, tristeza, construyen un espacio de aristocrático aislamiento en el que discurre el yo lírico.
En cuanto a la prosa, se publican dos novelas "Dos por dos" del español José Selgas y Carrasco y "Un amor desgraciado" de Carolina Freire de Jaimes. La novela de Freire aparece en los primeros números concitando el interés del auditorio a juicio de la prensa. La trama y el tratamiento de la misma caracterizan la narrativa romántica: la historia de un amor amenazado por la codicia paterna y por las vicisitudes de un activismo político, finalmente la muerte del joven exiliado y el ingreso de la protagonista a un convento se adecuan al título de la novela. Narrada en primera persona con un esquema epistolar, reúne tópicos como las deudas del padre ante el cruel pretendiente, el campo enfrentado a la ciudad, la descripción de los recintos secretos dignos de una novela gótica, etc.
Ficción y realidad son los dos polos entre los que oscilan los relatos publicados. Si elegimos la ficción con poco y ninguna referencia real, tenemos el "Nurerdin" de Adriana Buendía; "Elvira" y "La hija del pescador", ambos de Rosa del Campo. En ellas el requerimiento amoroso constituye peligro para las jóvenes. Se enfatiza esta autoridad valorándola como atinada y generosa y la propuesta queda en claro, las jóvenes deben obedecer a sus padres porque ellos tienen un mejor discernimiento.
Otros relatos se centran en los conflictos causados por el amor veleidoso, la moraleja que se desprende radica en la advertencia de cuidarse ante la volubilidad masculina, pero al mismo tiempo propone la redención y arrepentimiento del varón gracias a la virtud de la mujer. Ella aparece como una persona con un poder ilimitado que puede obrar sobre el carácter y ánimo de los demás. Esto aparece en "El ramo de violetas", "Era yo", "Ciega de amor" de Adriana Buendía.
Se ejerce la crítica, el comentario punzante, en textos en los cuales la anécdota se diluye, no hay una trama, sino más bien son una especie de estampas, escenas de la urbe limeña, de las costumbres y personajes típicos como las beatas maldicientes, etc. Abarca este tema “Linterna mágica" firmado con las iniciales M.C. que A. Tamayo Vargas atribuye a Mercedes Cabello y "La calle del comercio" de Adriana Buendía.
La libertad de la mujer aparece en "Memorias de una coqueta" firmada con el seudónimo de: Una solterona desengañada. Como se puede presumir, se plantea la soledad como castigo, la mujer debe vivir en sociedad casándose y teniendo una familia, la soledad causada por el desdén y orgullo de una mujer debe ser a toda costa evitada, porque esta libertad no es vista más que como un problema social.
Temas como Amor-Desamor-Hogar-Matrimonio-Amistad son presentados por todas las escritoras sea en poesía como en prosa, desde una óptica idealizadora y tradicional. El aporte de La bella limeña no radica en el enfoque sino en el espacio abierto a las mujeres. Este semanario congregó por primera vez a un número significativo de escritoras "románticas" que con sus trabajos compartieron con los hombres el derecho de participar en la vida cultural del país.
NOTAS
(1) En el Perú, los primeros indicios en el campo de las publicaciones por un destinatario femenino aparecen desperdigadas en el tiempo, por ejemplo, en el diario El Comercio del jueves 03 de agosto de 1843 bajo el encabezamiento de “Lima” se comunica a los usuarios de ese número que se adjunta un molde de vestido, las instrucciones se refieren al uso de complementos si el traje era para el invierno o el verano. Según Héctor López Martínez constituye el primer aviso que aparece en la prensa del siglo XIX cuyas destinatarias reales -a pesar de que figure la apelación a “los lectores”- son las mujeres.
Años más tarde, en enero de 1851 se publicó en la sección Folletín” de “El Comercio” la novela “La Quena” de la argentina Juana Manuela Gorriti (1818-1892) y “El guante negro” (abril 1852). En ese mismo año Mariano Felipe Paz Soldán en su Biblioteca Peruana nos da cuenta del “Semanario de Señoritas” publicado en Lima entre el 21 de setiembre hasta el 5 de octubre llegando a salir hasta el número 3, de él se nos dice que “Contiene muy bellas composiciones en verso”. Según Karolena Bárbara Head se publicó “El Ramillete Didascálico” un semanario que vio la luz en Lima a partir de agosto de 1853 y tuvo cierta finalidad pedagógica -que las madres enseñen a sus hijos religión, moral, historia y literatura-, en el cual Palma colaboró con la composición “A una niña”; y Corpancho publicó el poema “El trovador: a ti (En el cumpleaños de una señorita)”.
“La Revista de Lima” (primera etapa 1859-1863) surge como tribuna del movimiento romántico, en él aparece Juana Manuela Gorriti como una de las redactoras principales; en dicha revista publica las novelas: “El ramillete de la velada”, “El lucero del manantial”, “Si haces mal, no esperes bien” y “El ángel caído”, y los cuentos o relatos: “Gubi Amaya” y “La hija del Mashorquero”.
Se incluye además, el poema “Soneto” que paradójicamente sirvió de epitafio al sepulcro de su autora: María Moreno.
La colombiana Soledad Acosta de Samper (1833-1903) colaboró con “El Comercio” desde 1858 enviando desde Europa estupendas correspondencias sobre moda y espectáculo y utilizó el seudónimo de “Bertilda”. Ya en el Perú, colaboró con “La Revista Americana” (1863), publicación dirigida por su esposo José María Samper.
Posteriormente encontramos colaboraciones de muchas de nuestras escritoras en “El Nacional”, periódico fundado en 1865 por Juan Francisco Pazos y que sobrevivió hasta 1899 bajo la batuta de Pedro Lira.
“El Cosmorama” (1867), revista de literatura y acostumbres fue editada por José Arnaldo Márquez y su hermana la poeta y compositora Manuela Antonia, de él aparecieron cuatro números.
“El Correo del Perú” (1871-1878), periódico semanal con ilustraciones mensuales, dirigido por Trinidad M. Pérez, fue la publicación que a través de la escritora tacneña Carolina Freire de Jaimes (1844-1916) invita “Al bello sexo” a colaborar con la revista (30 de diciembre de 1871).
Finalmente, antes de la aparición de “La bella limeña” la misma Carolina Freire de Jaimes publica en el diario “La Patria” la sección: “Revista de Lima”, crónica semanal que se inicia la primer semana de 1872 y que culmina casi sin interrupciones en 1879.
(2) La Revista de Lima, en su segunda etapa (1873) sigue la misma orientación romántica de su predecesora. Colaboran casi los mismos escritores. En cuanto a las escritoras aparecen los nombres de: Juana Rosa Amézaga, Carolina Freire de Jaimes y Juana Manuela Gorriti. Podemos encontrar las colaboraciones femeninas en poesía: Juana Rosa Amézaga “Respuesta a una pregunta”; Carolina Freire de Jaimes “A mi hija Carolina” y “Constancia”. En crítica: Carolina Freire de Jaimes ¨Primer libro de poesías de Juan Vicente Camacho”; Rosa María Riglos de Orbegoso “Glorias literarias de la raza latina”. En cuento y relatos: Carolina Freire de Jaimes “Quien da pronto, da dos veces”, “La hija del cacique” y “Ccora Canipillana”; Juana Manuela Gorriti “Un drama en quince minutos” y “Los mellizos de Illimani”. En comentarios bibliográficos: Juana Manuela Gorriti “Apuntes de viaje”, por el señor S. Estrada. En historia: Juana Rosa Amézaga “Doña Mercedes del Risco”; Carolina Freire de Jaimes “Andrea Bellido (La heroína de Huamanga)”. En sociología: Juana Rosa Amézaga “El aislamiento”; Carolina Freire de Jaimes “El hogar” y “El baile”. En filosofía: Juana Rosa Amézaga “La belleza” y “Los recuerdos”.
El Álbum: Revista semanal para el bello sexo. Año I: nº 1-34. 23 may. 1874-16 ene. 1875. Lima: Tip. de “La Patria”. 39x29 cm.
Directores: Carolina Freire de Jaimes y Juana Manuela Gorriti, 23 may.-29 ago. 1874 y Directora: Carolina Freire de Jaimes, 12 set. 1874-16 ene. 1875.
Secciones: Literatura, bellas artes, educación, teatro, modas, anuncios.
La Alborada: Semanario de las familias. Año I y II. Nº 1-52 y Nº 1-10. 17 oct. 1874-20 nov. 1875. Lima : Imp. de ¨La Alborada”. 37x27 cm.
Directores: Juana Manuela Gorriti y Numa Pompilio Llona.
Secciones: Literatura, artes, educación, teatros y
El Semanario del Pacífico: Álbum de las familias. Año I y II : nº 1-102. 16 jun. 1877-24 may. 1879. Lima : Imp. “La Opinión Nacional”.
Directora fundadora: Baronesa de Wilson (seud. Emilia García del Tornel)
Secciones: Literatura, artes, viajes, educación, modas, teatros, salones.
La perla del Rímac: semanario de las familias. Año I, nº 1-2 ; 6-13 ene. 1878. Lima : Imp. Cosmopolita, por Nicanor la Serna. 30x23 cm.
Editor: Abel de la E. Delgado.
Secciones: Ciencias, artes, educación, costumbres, teatro y modas.
(3) Faustina Sáez de Melgar publica los ensayos: “La frivolidad” : (Estudio social sobre la mujer) y “La envidia”. María del Pilar Sirués de Marco escribe sobre “Las armas de la mujer” y Ángela Grassi sobre “La buena esposa”.
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JAQUE A LA DAMA. LA IMAGEN DE LA MUJER EN
LA PRESA LIMEÑA DE FINES DEL SIGLO XVIII
Claudia Rosas Lauro
“Nadie duda que la reclusión de las mujeres contribuye a conservar las buenas costumbres” afirmaba José Ignacio de Lequanda, miembro de la Sociedad de Amantes del País, en un artículo publicado en el Mercurio Peruano. Como éste, muchos testimonios nos permitirán reconstruir y analizar la imagen de la mujer plasmada en los periódicos que circularon en Lima a fines del siglo XVIII. Período importante para la producción de imágenes y representaciones sobre el Perú, pues lo que empieza a delinearse en esta etapa se perfilará claramente en la centuria siguiente, la de la fundación republicana[1]. Esta imagen evidenciaba no sólo la representación que de la mujer se tenía en la sociedad colonial, sino también y, principalmente, cómo era proyectada a través de la prensa a los grupos sociales. En este sentido, buscamos la imagen de la mujer como hija, esposa y madre, sin olvidar la manera en que se daba su vinculación con el género masculino. Asimismo, veremos la representación de los estereotipos raciales femeninos y terminaremos abordando aspectos como el discurso sobre la mujer con relación a su ausencia de participación política. Las fuentes utilizadas están constituidas, fundamentalmente, por el Mercurio Peruano, la Gaceta de Lima, el Semanario Crítico y el Diario de Lima, periódicos que circularon en el ámbito limeño durante la década de 1790.
1. La prensa limeña de fines del siglo XVIII
Desde fines del siglo XVIII los periódicos van a cumplir un rol fundamental, no sólo en el desarrollo de los procesos informativos, sino también en los complejos procesos políticos y culturales a los cuales estaban vinculados[2]. En efecto, la prensa sufrió una transformación en cuanto a su carácter y su función social, que fue advertida por los hombres de aquella época, quienes entendían la función política que cumplían los periódicos y cómo éstos eran un medio utilizado por el gobierno para influir en la opinión pública. La prensa periódica era expresión del progreso de los estados y debía cumplir, dentro de la concepción ilustrada, una función docente educando a la sociedad y, en especial, al pueblo[3]. Dentro de esta orientación pedagógica es que encontramos un discurso sobre la mujer en los cuatro periódicos limeños de aquella época, editados por hombres, pues las publicaciones realizadas por mujeres aparecerán recién en el siglo siguiente.
Uno de ellos fue el Semanario Crítico, empresa individual del cura franciscano Juan Antonio de Olavarrieta, quien llegó a Lima en abril de 1791. Editó este fugaz periódico y luego dejó la ciudad. Aparecía los domingos y fueron dieciséis números en total que abordaron, esencialmente, el tema de la educación de los hijos. Proponemos que este fue el caso de un periódico dirigido a las mujeres, esencialmente a las madres, lo cual se evidencia en las advertencias que el editor señala en el prospecto. Se vendía por suscripción en una librería que pertenecía a Santiago de Cotabarria y estaba localizada frente al Café de Bodegones, el más concurrido de la época.
Otra publicación periódica, de mayor éxito por su duración, fue el Diario de Lima que estuvo a cargo de Francisco Antonio Cabello y Mesa, más conocido como Jaime Bausate y Mesa, quien se inició en el periodismo con el Diario de Madrid. El periódico empezó a publicarse en octubre de 1790 y salió durante dos años. Los temas que abordaba eran diversos: principalmente se trataba de proposiciones morales mediante cartas que exponían casos supuestamente reales o a través de poemas y disertaciones; además se anunciaban compras, ventas y alquileres, generalmente, de amas de leche. A diferencia del anterior, los suscriptores recibían el periódico todos los días en su casa y a los que residían en provincias les llegaba a través del correo[4].
Sin embargo, el más exitoso y prestigioso de estos periódicos fue, sin lugar a dudas, el Mercurio Peruano. Editado por la Sociedad de Amantes del País circuló desde 1791 hasta 1795, contando con el favor de las altas autoridades coloniales[5]. Cabe resaltar que tres mujeres, de las cuales desconocemos su identidad, participaron en las primeras tertulias de la Sociedad pero luego no figuraron. Dedicó sus páginas íntegramente a temas orientados al conocimiento del país, por lo que ha sido considerado por la historiografía el paradigma de la Ilustración peruana de fines del siglo XVIII, llegando a eclipsar a las otras publicaciones periódicas de la época. Tenía muy buena difusión en Lima porque un poco más de la mitad de los suscriptores pertenecían a la capital del Virreinato, pero también circuló en las provincias. Este periódico necesitaba una previa suscripción, pero a partir de agosto de 1794, también se podía adquirir en la tienda de Joseph Calvo, en la Calle de Bodegones.
En cambio, la Gaceta de Lima surgió nuevamente en 1793 con el objetivo de dar la versión oficial sobre la Revolución Francesa[6]. Su publicación fue una de las medidas adoptadas por las autoridades virreinales para evitar la posible difusión de ideas contrarias al sistema político. Empezó a circular cuando ya habían desaparecido el Diario de Lima y el Semanario Crítico, pero aún se publicaba el Mercurio. Se constituyó en el primer periódico que trató sistemáticamente un tema de carácter internacional, pues casi la totalidad de los ejemplares estaban dedicados a informar sobre el evento político que estremecía al mundo[7]. A pesar de ello, se puede entrever en sus páginas una imagen de la mujer. No admitía suscripción, se debía comprar directamente en la librería de Guillermo del Río, ubicada en la calle del Arzobispo.
Estos periódicos circulaban, principalmente, entre los miembros de los estratos sociales más altos, sin embargo las capas superiores de los sectores populares urbanos no estuvieron al margen del impacto de la prensa en su vida diaria. En efecto, los periódicos eran leídos en los espacios de sociabilidad de la ciudad, donde las noticias eran comentadas. Muchas veces, un ejemplar era conocido por más de una persona, pues la lectura en voz alta era una práctica cotidiana, como lo ha explicado Roger Chartier en sus estudios sobre la Europa moderna[8]. De esta manera se superaba el problema del analfabetismo y la oralidad jugaba un rol esencial en la difusión de los contenidos de los periódicos. Es así como la prensa se convirtió en uno de los medios de circulación de las imágenes sobre la mujer, las que reconstruiremos a continuación.
2. Estereotipos raciales de la mujer
La criolla limeña
Este estereotipo aparece constantemente a lo largo de las páginas de los periódicos limeños, opacando a los otros. Se destaca la imagen de la excepcional belleza de la limeña con su coquetería característica, orientada a la consecución de un esposo. En efecto, el centro de la vida de esta mujer sería la búsqueda de un marido, para lo cual despliega todas sus habilidades para seducir al hombre, pero sin perder el honor[9]. Es así como, en palabras de Dominique Godineau,
“Bajo una envoltura terrenal bella y fascinante, y por ello tanto más peligrosa, la mujer es la muerte y su abrazo resulta fatal. Para conjurar a la muerte, hay que someter a la mujer, domesticarla”[10].
La imagen de esta mujer se asemejaba a aquella que encontramos en el contexto europeo y ambas coinciden en una actitud de desconfianza frente a la mujer. Siguiendo a Macera, podemos afirmar que la ascética cristiana unida a la tradición clásica ofrecieron en el siglo XVIII los mejores argumentos en favor de la superioridad masculina y contra el peligro de los placeres sexuales[11]. En este período la mujer y la tentación del sexo eran una amenaza para el hombre porque eran contrarios al ejercicio de su razón y a la salvación de su alma, ideales tan caros a la ilustración y al catolicismo respectivamente. Esto explica el cuestionamiento severo que desarrolla la prensa con respecto a la posición femenina en la sociedad. En este sentido, los periódicos habrían colaborado en la difusión de los prejuicios acerca de la mujer, muchos de los cuales lamentablemente tienen vigencia hasta nuestros días.
En los periódicos encontramos el énfasis en el tratamiento del tema de la belleza, en especial la atribuida a la mujer limeña. Al respecto resulta muy significativo un artículo dedicado a presentar las “Ideas que tienen los diferentes pueblos sobre la hermosura” (Diario, 9 en. 1791). Se llega a afirmar que las señoritas limeñas eran de una belleza igual o superior a aquella de las mujeres pertenecientes a otras culturas y razas (Mercurio, I, 6 marz. 1791). El deseo de resaltar su hermosura iba de la mano con la propaganda que se hacía de su habilidad para seducir. De esta manera, la prensa ofrecía descripciones detalladas de cómo esta mujer se paseaba coquetamente en los lugares públicos como la Alameda (Mercurio, I, 13 en. 1791). La limeña era una mujer que gustaba mantenerse bella, bien vestida y con una agitada vida social que incluía desde los toros, rodeos y fiestas hasta las concurrencias religiosas. Era una mujer que ejercía su dominio sobre el hombre, sin embargo dependía de él pues está presente la idea de que la mayoría de ellas vivía bajo el asilo y la protección de sus padres, maridos o parientes (Mercurio, X, 16 feb. 1794).
Además de la belleza, otro tópico recurrente en la caracterización de la criolla limeña era la vestimenta. En efecto, es claro que hay una gran preocupación por la vestimenta que se evidencia a través de los artículos dedicados a describir los componentes del atuendo femenino como el puchero de flores (Mercurio, III, 18 set. 1791) y el faldellín utilizado por las limeñas (Mercurio, I, 6 marz. 1791). Dichos artículos cumplían también el objetivo de propagandizar el uso de estas prendas entre el público femenino ya que se mencionaba dónde eran adquiridas (que era en la calle principal del comercio de modas), los modelos que se podían comprar y la forma en que debían ser llevados. Asimismo, hay poemas dedicados a ensalzar partes del vestuario como la décima sobre los grandes aros portados por las mujeres limeñas (Diario, 8 feb. 1791) o los que hablan, en general, del gusto y la moda en el vestir (Semanario, Nº 3,4, 12,13).
El tema de la vestimenta se presenta como un tema cotidiano y parte de la esfera de acción femenina. En el Mercurio un airado esposo se quejaba, a través de una carta, de que su mujer gastaba excesivamente en su vestuario, especialmente en el de tapada (Mercurio, I, 10 feb. 1791). Es necesario señalar que este tipo de cartas, que intentaban exponer casos con la mayor carga verídica, eran inventadas por los editores del periódico para que sirvieran de ejemplo al público lector sobre lo que se debía o no hacer. Es decir, formaban parte de una estrategia desplegada por la prensa para cumplir con su vocación moralizadora. Entonces, las mujeres supuestamente contestaban al esposo enfurecido, argumentando que la vestimenta era una preocupación propia de su género, en la cual no debían inmiscuirse los hombres. Por ello, se muestra a las criollas como mujeres que no permitían que el marido las vista “según su gusto estrafalario”, mostrando independencia en este campo (Mercurio, I, 3 mar. 1791).
El aspecto del vestuario se vinculaba con el de la belleza, pues se enfatizaba que el atuendo y los adornos no eran capaces de dar hermosura a quien no la tenía (Semanario, Nº 12). Del mismo modo, se continua con la crítica a la belleza artificial (Diario, 17-18 feb. 1791). La fealdad de las mujeres es objeto de burla y de diatriba, siendo un ejemplo muy claro el de la “Carta de la Sociedad de los Feos” (Diario, 22 feb. 1791).
Las negras y mulatas
Aparecen cumpliendo un rol esencial como amas de leche y dedicadas a la crianza del niño en sus primeros años. Su condición, entonces, es la de criadas, sirvientas o esclavas domésticas. Hay muchas referencias a las negras y mulatas en el Semanario y en el Diario de Lima, en este último aparecían en casi todos los números anuncios de venta o alquiler de amas de leche. Ello revela que el servicio que daban esas mujeres era una práctica generalizada en la Lima de la época, que se va a mantener hasta la desintegración de la esclavitud[12].
En el Semanario Crítico, Antonio Olavarrieta resaltaba enfáticamente los perjuicios que ocasionaban estas mujeres en la educación de los hijos. En todos los ejemplares de este periódico, el editor criticaba la costumbre muy generalizada de utilizar a las amas de leche para amamantar a los recién nacidos y defendía la necesidad de la leche materna para el niño. Uno de los principales argumentos era que a través de la leche de las amas negras y mulatas “se comunicaban las enfermedades y las semillas de vil corrupción propias de esa raza” (Semanario, Nº 6). Del mismo modo se expresaba el Mercurio en una “Carta sobre las amas de leche” en la que se explicaban los daños que estas mujeres ocasionaban en la educación a través de un caso edificante (Mercurio, I, 27 en. 1791). Es así como la salud, una de las más importantes preocupaciones a fines del XVIII, al lado de la moralidad, constituían las sólidas premisas sobre las que se sustentaba la crítica de los periódicos al uso de las amas de leche, quienes resultaban teniendo una participación decisiva en las relaciones cotidianas del hogar de sus patrones. Esta severa crítica no era nueva, pues constituyó un prejuicio peninsular desde el siglo XVI[13].
Su oficio surgía del pecado, pues las amas llegaban a habilitarse a través de un “vil comercio pecaminoso y sus funestas consecuencias” (Semanario, Nº 6). De este modo, en contraste con la limeña criolla, la mujer negra estaba asociada a la sexualidad, lo cual era debido a sus rasgos físicos según la argumentación racista de la época. Por eso, en más de un pasaje, se la presenta como objeto de deseo sexual[14]. Al lado de este elemento fundamental en su imagen, se encuentra siempre el cuestionamiento de su moralidad.
La crítica a la mujer negra y mulata continua en otros aspectos. Por sus creencias y costumbres las negras ponían al niño gran cantidad de ropa, lo asustaban con el “coco” y le hablaban “de toda clase de patrañas” como duendes, diablos y brujas. Asimismo, estas mujeres, por su forma de hablar, influían negativamente en el niño en su aprendizaje del idioma y por su falta de moralidad no transmitían los conceptos morales y religiosos adecuados (Semanario, Nº 2). Las amas, en vez de hacerle caso al niño cuando lloraba, lo dejaban llorar por mucho tiempo o -peor aún- lo golpeaban, por lo que algunos resultaban con terribles defectos físicos, que eran exagerados por el editor para impactar al público lector (Semanario, Nº 6).
Más allá de las anécdotas, se puede entrever una imagen racista de las mujeres negras y mulatas que tienen una condición inferior en la sociedad. Un extenso artículo aparecido en sucesivos ejemplares del Diario de Lima es ilustrativo al respecto. Se titulaba “Reflexiones crítico-físicas y económicas por la que se demuestran los perjuicios que se originaron en el Perú con la introducción de los negros” (Diario, 9 al 15 abr. 1791). En el texto se reprobaba, al igual que el en el Semanario, a las mulatas y negras ociosas a las que los padres no debían encargar el cuidado de sus hijos porque eran mujeres corrompidas y llenas de vicios, lo cual se reflejaba en “los movimientos escandalosos e impuros” que realizaban. Como vemos, la asociación entre el sexo y la falta de moralidad de estas mujeres se evidencia claramente en el discurso periodístico. Las negras y mulatas, según el texto, promovían conversaciones e intrigas amorosas y lo peor era que daban a luz sin estar casadas. También hallamos alusiones a la vestimenta de estas mujeres que debía diferenciarse de la utilizada por mujeres de otros grupos sociales. En tal sentido, se recomendaba no vestirlas como las mejores señoritas. Llama la atención que también se les considerase inútiles para el servicio doméstico y se postulase que las mujeres de raza negra ocupaban el lugar que podrían desempeñar niñas de honor como amas de llaves o amas de leche (Diario, 14 abr. 1791).
La mujer indígena
No son frecuentes las referencias a la mujer indígena en comparación con los otros dos estereotipos raciales femeninos. Sin embargo, las alusiones a la indígena en el Mercurio Peruano se encuentran en los artículos dedicados a la descripción de las Intendencias. En general, se percibe que son consideradas mejores que los indios[15]. Se resalta en reiteradas ocasiones su capacidad de trabajo y su resistencia física así como su economía (Mercurio, VIII, 1793).
La mujer indígena es presentada como sumisa al varón, a diferencia de la criolla o la negra, tanto es así que se llega a afirmar que son “esclavas del varón” (Mercurio, IV, 16 feb. 1794). El predominio o la esclavitud de las mujeres respecto del hombre se nutría del discurso sobre la influencia del clima en el comportamiento humano que se había desarrollado desde el siglo XVI. De la misma forma se habla de las actividades que realizaba en los diferentes lugares y se describe su atuendo. En el Mercurio, las referencias se encuentran en la descripción de los partidos y las Intendencias. Para el caso de Cajamarca se las tipifica de mujeres laboriosas, bien parecidas, menos cultas pero más cariñosas que las de los valles con los forasteros. También estarían subordinadas al hombre (Mercurio, X, 23 marz. 1794).
No hay muchas referencias a la mujer mestiza, aparece diluida en otros grupos. Sin embargo, es posible encontrarla entre las negras, indias y mulatas que se dedicaban al servicio doméstico: lavanderas, vivanderas, regatonas, cocineras y sirvientas de las religiosas (Mercurio, X, 16 feb. 1794).
La mujer selvática
Hay escasas referencias a la mujer de las etnías selváticas, sin embargo es importante mencionarla. En un artículo sobre los trajes de los indígenas de las Montañas del Perú, la vestimenta de las mujeres casadas consistía en un faldellín que ocultaba “las partes menos honestas” mientras que las jóvenes “andan como Eva en el Paraíso” debido al clima (Mercurio, III, 2 oct. 1791). Esta descripción es representativa porque revela la imagen de Edén que se tenía de la selva y la representación del selvático que en algunos pasajes era el buen salvaje y en otros momentos era el bárbaro. El mismo texto menciona la manera en que se pintaban el cuerpo y el rostro, además de que la poligamia no estaba extendida y sólo la practicaban algunos caciques.
En un pasaje aparece la descripción, realizada por el Padre Girbal, de las selváticas adornadas con pendientes hechos de los destrozos de los vasos sagrados en el pueblo de Manoa (Mercurio, III, 22 set. 1791).
3. Estereotipos femeninos
La niña
Surge en las páginas de los periódicos cuando se discute sobre la educación femenina, tema que aparece una y otra vez en la prensa hispanoamericana del período[16]. En efecto, puede entreverse un cierto interés por educar a la mujer, dado que se consideran “los daños horrorosos que, especialmente en el bello sexo, acarrea su ignorancia” (Diario, 20 abr. 1791). Presentamos algunas aproximaciones aquí porque consideramos que pocas veces el discurso histórico peruano se ha ocupado de los niños.
Las niñas desde pequeñas debían aprender a ser recatadas, laboriosas y prudentes, teniendo que ser la madre el ejemplo de estas virtudes según un artículo titulado “La crianza mujeril al uso” (Diario, 10 en. 1791). Se prefiere la educación en casa y no en los conventos, pues el hecho de recluirlas en los monasterios, que son equiparados a “cárceles horrorosas”, acarreaba malas consecuencias para la salud de las pequeñas (Diario, 11 en. 1791). Más bien se recomendaba llevarlas a campo abierto y darles como primera lección que mejorasen su salud. Sin embargo, se elogiaban los Colegios de Niñas Expósitas (Mercurio, 6 marz. 1791).
En cuanto al matrimonio, se aconsejaba no hacerlo tan pronto y acatar la decisión del padre (Diario, 25 en. 1791). Asimismo, se daban recomendaciones para que las niñas evitaran ser seducidas.
La mujer joven
Es muy semejante a la imagen de la limeña criolla. La joven casadera resalta en los periódicos limeños por su gran belleza y su destreza para coquetear y seducir al hombre. Se observa a través de las páginas de las publicaciones periódicas como esta mujer disfruta del dominio sobre el varón que es su principal patrimonio. Su hermosura “forma los grillos con que aprisiona y sujeta al varón” (Mercurio, X, 1794).
En este sentido, es que encontramos en los periódicos la recurrencia del tema de la seducción de las mujeres (Mercurio, I, 1791). En efecto, se enfatiza como a través del arte de la seducción las jóvenes limeñas enamoraban a los hombres y se convertían en dueñas de su voluntad. Es más, se cuestiona el hecho de que seducían haciendo “abuso de su belleza” (Diario, 14 jun. 1791). Son muchos los lamentos de hombres apasionados que se expresan en verso o en cartas (Diario, 7 en. 1791). De ahí que se encuentren consejos, como el de Rossi y Rubi, quien decía a los hombres que estudiasen matemáticas para enfrentar los enamoramientos frustrados y dominar sus pasiones (Mercurio, 17).
Al lado de este tópico está la insistente preocupación por el tema de la belleza femenina, pues las limeñas ejercían su poder sobre el hombre por medio de sus atributos físicos. Sin embargo, se pueden leer las advertencias dirigidas a estas mujeres, las cuales se enmarcan dentro de la orientación preceptiva de la prensa de la época. En una “Carta dirigida a una mujer hermosa” se le reprueba por comportarse como una tirana que perdía de vista lo justo y lo honesto, pues no iba a la Iglesia para adorar a quien le había dado la belleza, sino para usurparle las adoraciones. También se le critica que hiciera alarde de lo que debía ocultar, incitando a los hombres (Diario, 13 jun. 1791). La sublimación de la sexualidad en la imagen de la limeña va de la mano con el deseo expreso de normar su recato. Uno de los consejos consistía en no confiar plenamente en su belleza y perder el honor con un hombre que después la abandone, como se relata en el poema “que muestra a la hermosura el evidente riesgo de despreciada después de poseída” (Diario, 4 en. 1791). Se insiste, entonces, en la preservación del honor femenino (Diario, 2 en. 1791) y se lanzan advertencias también a los seductores de las jóvenes, quienes podían ser presa de la venganza femenina o retados a duelo por algún varón que quisiera limpiar su honra (Diario, 24-25 feb. 1791). La apelación al duelo para limpiar el honor femenino es particularmente significativo, pues se convierte en una forma de control social, comúnmente aceptado, para evitar las relaciones fuera del matrimonio. La prensa buscaba normar de esta manera el comportamiento sexual de hombres y mujeres, orientándolo hacia el matrimonio.
Se evidencia por la información periodística que a partir de los quince años el matrimonio es el centro de la vida de la mujer limeña (Diario, 25 en. 1791). Es más, claramente se puede advertir una fuerte presión en las mujeres para el matrimonio y una severa crítica del concubinato como en la “Sátira de las costumbres de los presentes tiempos” (Diario, 5 en. 1791). Su felicidad se entiende en función de la consecución de un esposo, si no lo lograban habían fracasado. En este sentido, podemos comprender la dura crítica dirigida a las solteras de más de treinta años (Diario, 2-3 en. 1791). Estas son objeto de burla o compasión. La imagen negativa de la soltera surge con mayor claridad cuando observamos a la casada.
La mujer casada
Son escasas las alusiones a la mujer casada en contraste con la joven que busca marido. Su imagen no se delinea con nitidez como esposa, sino como ente que sirve, principalmente, para la procreación y ésta se debía dar sólo dentro del matrimonio.
El matrimonio va a ser un elemento esencial para la comprensión de la imagen de la mujer en la prensa de la época, pues había sólo dos opciones contempladas en el destino de la mujer: convertirse en esposa o en monja, las que no optan por ninguna de estas dos vías son severamente criticadas. Con el matrimonio, la mujer pasaba de la protección del padre a la seguridad que le brindaba el marido. A través de las noticias podemos advertir que el matrimonio se seguía tratando como una transacción social o económica, decidida por los hombres de familia. Es ilustrativa la publicación de la Real Cédula en que se ordenaba que sólo los hijos de familia eran los que podían pedir consentimiento a sus padres, abuelos, tutores o personas de quienes dependían para contraer matrimonio (Diario, 19 en. 1791) o la insistencia con que se afirmaba que los padres debían decidir el matrimonio de las hijas (Diario, 25 en. y 22-23 feb. 1791).
A pesar de las escasas alusiones a la mujer casada, se define claramente su rol frente al esposo, como se puede apreciar en la siguiente frase:
“Dar gusto al marido, que sabe sostener el peso de las obligaciones anexas al título de superioridad ... subordinando con prudencia y razón el resto de sus miembros, es una máxima fundamental, en que reposa el hermoso edificio de la estabilidad y armonía de un matrimonio...” (Semanario, Nº 8).
De esta manera, se expresa en los periódicos que el marido disponía y la mujer obedecía. También se intenta normar el comportamiento de los esposos, pues se evidencia que la pareja es un terreno de conflictos. Anteriormente vimos como la vestimenta era motivo de discusión entre los cónyuges, del mismo modo que va a ser el tema de la educación de los hijos. También se presentan aspectos como el de los celos que generaban los maridos en sus mujeres, actitud que es criticada (Diario, 18 jun. 1791), o como debía ser el cariño prodigado por el marido a su esposa que está ejemplificado en la “Carta de un esposo enamorado” que ante la ausencia de su mujer no encuentra consuelo en la filosofía (Mercurio, IV, 12 feb. 1792). Esta vocación de normar los comportamientos femeninos y masculinos se extendía a toda la sociedad como se evidencia en la publicación del Bando en el que se ordenaba la separación de los baños públicos de hombres y mujeres (Diario, 16 feb. 1791). Esta disposición se debía a los cotidianos desórdenes que se generaban entre hombres y mujeres, y que se pretendían evitar a través de la diferenciación de los espacios.
Otro tema que es necesario mencionar se refiere al papel del Estado frente al matrimonio. Los periódicos, como se muestra en un artículo del Semanario, convenían en que el Estado debía “favorecer el matrimonio y poner grillos al celibato” (Semanario, Nº 10). De la misma forma, en un pasaje de la Gaceta se enunciaba que la Junta de Salvación Pública ordenó en Francia que todas las mujeres, so pena de muerte, debían presentarse con marido en el término de tres meses ante un tribunal especial y que cualquier mujer viuda o soltera debía admitir por esposo al primero que la pidiera sin que pudieran servir de obstáculo las costumbres, el empleo, ni otros motivos. Más adelante se explica que la razón de la medida era remediar la pérdida diaria de la población del reino (Gaceta, Nº 22, 14 jun. 1794, p.303). Esto se vincula con la preocupación por la demografía que, de acuerdo con Macera, encuentra una clara expresión en el siglo XVIII.
La madre
Un aspecto central en la configuración de la imagen femenina es la procreación, la facultad de dar a luz, de crear vida, que aparece como uno de los objetivos centrales del matrimonio. La naturaleza de la mujer y su razón, en la perspectiva de Dominique Godineau, se delinean en base a esta facultad. Por ello, el útero la domina y hace de ella un ser sensible a ultranza, presa de una imaginación sin límites, un ser exaltado. Al ser incapaz de una conceptualización sostenida, su razón debe dirigirse hacia lo concreto, hacia la práctica. Entonces, el ejercicio de su razón se dirige a los otros: a su marido y a sus hijos, permitiéndoles garantizar su felicidad y bienestar y, por tanto, cumplir con su función de mujer.
Muchos artículos de la prensa limeña revelan un tratamiento del tema del embarazo y el parto. En la “Disertación en la que se proponen las reglas que deben observar las mujeres en tiempo de preñez” se califica a las madres como “las que custodian en su vientre el sagrado fruto que va a perpetuar la especie humana” (Mercurio, II, 5 jun. 1791). He ahí la importancia de la madre, pues cuidar a las mujeres embarazadas servía para la propagación del género humano (Mercurio, X, 1794). Resulta significativo que el Semanario fue, como sosteníamos al inicio, un periódico dirigido a las madres que buscaba remediar los errores en la educación de los hijos[17]. En efecto, el editor mencionaba en el Prospecto que:
“No será pues utilísima ocupación hacer ver a las Señoras mujeres sus comunes defectos en este ramo tan importante a la sociedad, desde el primer instante en que una agradable suerte las condecoró con el dulce título y renombre de madres?” (Semanario, Prospecto).
Si bien es cierto que la mayoría de mujeres no sabía leer en la Lima de aquella época, el contenido de los periódicos pudo llegar a través de otros medios, el principal pudo haber sido el hombre en la perspectiva de los editores, conscientes de esta situación. Es más, en un artículo se incitaba a las mujeres a que aprendieran a leer y escribir (Diario, 20 abr. 1791). Había, entonces, toda una intención de educar a la mujer para que cumpliera a cabalidad su rol en la sociedad, con lo cual se la involucraba en la dinámica de los procesos informativos..
En consecuencia, uno de los aspectos que ocupó las páginas de las publicaciones periódicas fue el cuidado que se debía tener durante la gestación y en el parto, que se hallaba en los inicios debido al desarrollo de la medicina en la época. Encontramos diatribas contra las parteras a las que mercuristas denominaban charlatanas y curanderas (Mercurio, II, 5 jun. 1791), mientras que el editor del Semanario criticaba a las comadronas y parteras por su ignorancia (Semanario, Nº 12). En estas críticas el principal hilo argumentativo fueron los preceptos de higiene y salud, que animaban los presupuestos científicos y médicos de la época. Entonces se hablaba de la necesidad de una Escuela de Obstetricia. En este sentido, se entiende el tratamiento de temas como el de los antojos. Varias son las referencias a este tema y la más significativa está en el artículo escrito por Cosme Bueno, Cosmógrafo Mayor del Reino, titulado “Disertación sobre los antojos de las mujeres preñadas”, que apareció en El Conocimiento de los tiempos, pequeña publicación que acompañaba a los periódicos, por lo que la consideramos dentro de nuestro corpus documental.
Otras noticias brindaban información sobre el tema, como aquella que refería que el estado de la luna cuando se daba el parto servía como anuncio sobre la calidad o sexo de los fetos (Diario, 31 en. 1791), o la “Disertación de cirugía sobre un feto de nueve meses que expulsó una mujer por el conducto de la orina” (Mercurio, V, 31 may. 3-7 jun. 1792). En otras ocasiones se intentaba dar una explicación de las deficiencias en la salud o malformaciones del niño a partir de los problemas durante el embarazo, como en el caso del artículo que pretendía explicar la desfiguración de una niña (Mercurio, II, 14 jul. 1791). No sólo se hablaba del parto natural sino también de la cesárea como en el artículo sobre una practicada en Tucumán (Mercurio, XII, 8 en. 1795). Pablo Macera dedica unas páginas muy interesantes al tema, donde afirma que en “El zelo sacerdotal para con los niños no nacidos...” del Padre Francisco González Laguna, publicada en 1871, se abordaba como punto principal la operación cesárea. El mismo año de edición de la obra, el Virrey Jaúregui ordenó que se practicara en el Perú. Sin embargo, estas ideas recién se estaban conociendo en el país, que era profundamente católico[18].
Por otra parte, se criticaba costumbres como el grave error de no lavar a los niños después de que nacían así como el aplicar braseros y aromas a los cuartos de las recién paridas (Semanario, Nº 11), mostrando una preocupación por la salud corporal. Del mismo modo, se criticaba a las madre que retiraba de sus pechos “el dulcísimo néctar” para que se lo de al hijo una extraña (Semanario, Nº 2) y se argumentaba que :
“el uso de alimentar los Hijos Tiernos con ajena leche por mero gusto, por mero antojo...o por error no fue conocido en la Antigüedad, ni en las mismas Naciones cultas, ni en los Países salvajes” (Semanario, Nº 3).
El editor del Semanario realizó prácticamente una campaña propagandística en contra de este hábito. El ataque a las madres continúa cuando menciona que al cumplir siete u ocho meses de embarazo, se afanaban por buscar una ama de leche (Semanario, Nº 5). Citando a Buffon, Olavarrieta critica que se le diera al niño un alimento de harina y leche para suplir la escasez de la leche materna, pues ello traía como consecuencia enfermedades y hasta podía originar la muerte de la criatura (Semanario, Nº 6). En un artículo acerca de las “Conjeturas sobre las causas de la decadencia de la vida humana”, se consideraba como un motivo fundamental de los problemas de salud, la falta de leche materna en la infancia (Mercurio, II, 14 ag. 1791).
Asimismo, el editor explicaba que las madres no amamantaban a sus hijos para “no oscurecer el oro de su hermosura y...no ser menos que las demás” y agradar así a su marido (Semanario, Nº 7). Es claro que se destaca la competencia entre ellas, su falta de unidad y de complicidad. En contraposición con esta actitud, Olavarrieta sostenía que el amor, fundado en Dios y la naturaleza, sólo podía hacer que las madres cuidaran a sus hijos (Semanario, Nº 9). Uno de los periódicos, que no se oponía a esta costumbre, aconsejaba a las madres, amas de leche y criadas para que enseñaran a los niños a utilizar, indistintamente, ambas manos (Diario, 12 jun. 1791). Mientras que en otra publicación periódica se expone el caso de un airado padre que se queja de que a sus hijos los críe la ama (Mercurio, I, 10 feb. 1791).
Otro de los aspectos abordados en las páginas de los periódicos es el relativo a la educación de los hijos, una de las principales funciones de la mujer y, a la vez, uno de los temas de mayor interés para la sociedad de esta época. Se presentaban aspectos tales como la manera en que los hijos debían dirigirse a los padres, reprobando el tratamiento de tu a los progenitores (Mercurio, I, 23 en. 1791). Del mismo modo, se expresaba en la prensa una dura crítica de “la costumbre de encerrar a las señoritas en los conventos cuando están próximas a la pubertad” (Diario, 11 en. 1791). Al mismo tiempo se exhortaba a las madres a que sean ejemplo de recogimiento y recato para sus hijas (Diario, 10 en. 1791); y que se dedicaran a cultivar en los hijos las cualidades del corazón (Diario, 14 en. 1791).
Para la prensa dieciochesca la participación activa de la mujer en la educación de los hijos era central para el posterior desenvolvimiento de la persona en la sociedad, tanto es así que la homosexualidad era atribuida a los defectos de la educación en los primeros años. El tema de la homosexualidad no estuvo ausente de las páginas de los periódicos limeños. La mujer con rasgos masculinos es aceptada y hasta elogiada como caso excepcional, mientras que el hombre con acentuados rasgos femeninos es rechazado y ridiculizado, excluido y perseguido. Para el primer caso es significativa una noticia de la Gaceta dedicada a una emigrante francesa en Inglaterra. Una "mujer extraordinaria", el Caballero Madama Deon de Beaumont, que desde niña habría aprendido a disfrazar su sexo, llegando a ser Teniente Coronel de un Regimiento, hasta que fue revelada su identidad. Se le atribuyen rasgos masculinos para la época, pero se resalta la "delicadeza propia de su sexo" (Gaceta Nº 9, 27 mar. 1794, p.197-198). De la misma forma, se menciona a las Amazonas, elogiando sus cualidades y sus destrezas masculinas (Mercurio, IV, 19 feb. 1792).
Para el segundo caso se ofrece una explicación del origen de esta anomalía. Entonces, la homosexualidad surgiría a raíz de la educación dada por las madres. Tanto el Mercurio como el Semanario convienen en atribuir la homosexualidad a las deficiencias de la crianza materna (Semanario, Nº 5). En un ejemplar del Mercurio se le califica como “vicio..tan radicado entre gentes de la más baja clase”, “desorden monstruoso”, “absurda costumbre” vinculada a los negros provenientes de Guinea. Los “maricones” son considerados tan raros como los monstruos, enanos o hermafroditas. La causa de la afeminación, entonces, es “obra de una viciosa educación”, caracterizada por un excesivo amor materno y por desempeñar al principio empleos delicados[19]. Del mismo modo, las mujeres que en sus primeras ocupaciones desarrollaban actividades pesadas adquirían una complexión varonil. El artículo concluye afirmando que con una buena educación se verían menos costumbres afeminadas y habrían menos maricones (Mercurio, IV, 19 feb. 1792). En otro ejemplar, donde se continua la disertación sobre el tema, son descritos como “una especie de hombres, que parece les pesa la dignidad de su sexo; pues de un modo vergonzoso y ridículo procuran desmentir a la naturaleza”. Producen indignación o risa al verlos “adornados con todos los vestidos y galas del bello sexo” (Mercurio, III, 27 nov. 1791). Al margen de los prejuicios racistas, Macera afirma que es muy probable que la homosexualidad se haya extendido entre los negros esclavos y libertos que vivían en populosos barrios de Lima como consecuencia de sus escasas condiciones de vida.
También se aborda el tema en una disertación en que se trataba sobre si una mujer se podía convertir en hombre. Acerca del particular se establecían diferencias físicas entre la mujer y el hombre, negándose la posibilidad (Mercurio, V, 9-12 ag. 1792). Asimismo, hay alusiones a los hermafroditas, de quienes se decía que “tienen unos ciertos promiscuos caracteres, que aunque participan de uno y otro sexo, con el tiempo y el prolijo examen de los peritos desvanecen perfectamente las dudas que se pueden suscitar entre Teólogos y Canonistas, para que bauticen como hombre al que bautizaron al principio como mujer”.
La anciana y la viuda
Las viudas constituyen otro de los personajes que surge en la prensa en muchas ocasiones. Se enfatiza en la posibilidad de que la viuda encuentre consuelo en diferentes hombres convirtiéndose en una mujer de mala reputación; frente a este problema los periódicos postulan diversas alternativas. Cuando se refiere que las negras eran inútiles para el servicio doméstico se propone que las viudas se desempeñen como amas de llaves o amas de leche, “por no quedar expuestas a la debilidad del sexo, y asegurar así su reputación y subsistencia” (Diario, 14 abr. 1791). O cuando se comenta que la madre viuda debía dedicarse a sus hijos “sin que la seducción triunfase de su virtud y la desviase de sus oficios” (Mercurio, X, 16 feb. 1794).
Por su parte, la anciana era mal vista porque había dejado atrás su belleza y su juventud. Por ello se enfatizaba que la muchacha iba a perder su hermosura cuando envejeciera (Diario, 14 jun. 1791) y que si quedaba soltera iba a ser más cuestionada, pues la anciana soltera fue totalmente descalificada (Diario, 3 en. 1791). Se percibe una imagen negativa de la vejez en general y en particular, de la vejez femenina.
4. Imágenes extremas: la mujer piadosa y la mujer de mala vida
Es muy significativa la presencia del estereotipo de la mujer piadosa, siendo el ideal aquellas mujeres dedicadas a la vida religiosa. Por ello, surgían entre las noticias de los periódicos las vidas ejemplares de monjas. En efecto, las mujeres dedicadas a la vida monástica tuvieron también un lugar en la prensa. De este modo, encontramos noticias como aquella de la fundación de Monasterio de Trinitarias Descalzas (Mercurio, III, 30 oct. 1791) o de la Recolección de Nuestra Señora de los Angeles (Diario, 21 may. 1791). Sin embargo, al lado de los comentarios elogiosos hay una crítica a los defectos de la vida monástica que no obedecía a las reglas de la Iglesia y resultaba perjudicial a la sociedad.
En el Diario de Lima, es patente la imagen de Santa Rosa de Lima que se evidencia a través de noticias sobre su canonización, los milagros que realizó y las fiestas llevadas a cabo en su honor. Es así como el periódico limeño expresaba que Santa Rosa era “una de las más prodigiosas mujeres que han visto los siglos pasados y verán acaso los venideros” (Diario, 12-15-20 abr. 1791), elevándola al papel de modelo ejemplar de mujer.
El estereotipo de la religiosa difiere de aquel de hombre religioso en distintos aspectos, uno de ellos es que las religiosas no aparecen participando en la evangelización de zonas selváticas, no toman parte en las misiones como se aprecia en los artículos del Mercurio dedicados al tema.
En la Gaceta de Lima, al hablar las noticias de los sucesos revolucionarios en Francia, se enfatizó, como era de esperarse, el tema religioso que fue uno de los principales argumentos de la propaganda contrarrevolucionaria. Es así como surgen las imágenes de las religiosas en Francia. Una noticia resaltaba la actitud de los revolucionarios con respecto a las mujeres consagradas a la religión, entre las que se encontrarían mujeres pertenecientes a la nobleza,
"...cuya labor en los hospitales se reducía sólo a las acciones de la más sublime caridad, dedicadas a educar a las jóvenes y a otras labores, han sido echadas de sus propias casas a las que tenían derecho de propiedad por las dotes que habían dado sus familias, despojadas de sus bienes y azotadas públicamente con la mayor indignidad" (Gaceta, Suplemento Nº 1, 4 set 1793, p. 17).
La noticia continúa diciendo que entre esas mujeres respetables había muchas ancianas, a las cuales no les iba a ser posible conseguir su subsistencia. Más adelante, se insiste en que las religiosas, mujeres con las más destacadas cualidades, paradójicamente "Han sufrido los ultrajes y las injurias más sangrientas" (Gaceta, Suplemento Nº 1, 4 set 1793, p.18). Otra noticia relataba que las piadosas mujeres de París habían pedido que se dejase una Iglesia para celebrar el culto católico (Gaceta, Nº 25, 27 jun. 1794, p.331).
En contraste con este estereotipo, aparece la mujer de mala vida que es la excluida, la marginal porque lleva al extremo la idea de que la mujer es la fuente del pecado, instrumento de la lujuria y de los placeres de la carne. Llamada perversa por sus congéneres, quienes supuestamente expresarían que “no pasan de mujeres, ni llegan a señoras” (Mercurio, II, 19 may. 1791). Calificativos peyorativos se encuentran en la “Carta remitida desde el Cuzco sobre el Señorío de las mujeres” (Mercurio, IV, 26 en. 1792).
En el “Discurso sobre el destino que debía darse a la gente vaga en Lima”, Lequanda señalaba que cuando las mujeres se hallaban en una situación económica lamentable se empleaban en “los oficios más indecorosos” y hacían en la sociedad “el papel más despreciable y criminal” (Mercurio, X, 16 feb. 1794). La prostitución se daba entre las negras, indias, mestizas y mulatas como entre las españolas. Si bien son todas ellas mujeres de mala vida, se remarcan las diferencias por su extracción social y racial. En el caso de las primeras son vistas como un “gremio menos honesto, que estando de ellas más distantes las leyes del pudor, son de genios más libres y desenvueltos”. Mientras que las españolas que pasaban “de la vida inocente a la vida licenciosa: pero aún en ella vive la mayor parte con recato y sin escándalo”.
La solución que se proponía era la reclusión de estas mujeres, lo cual contribuiría a la conservación de las buenas costumbres (Mercurio, X, 23 feb. 1794). En el caso de las mendigas también se aconsejaba lo mismo, sólo que éstas debían ser recogidas en un Hospicio (Mercurio, X, 20 feb. 1794).
Aparece una clara separación y discriminación de estas mujeres en el conjunto social. En una noticia procedente de la Gaceta de Lima se relataba que se había mandado en Francia que todas las mujeres pidieran cédula de civismo, las que lo merecieran llevarían la escarapela nacional, mientras que a las de mala vida no se les concedería el derecho de portar este distintivo (Gaceta, Nº 13, 19 abr. 1794, p.232).
El tema del pudor y la honra femenina es resaltado a cada momento. La mujer debía cuidar estos principios junto con el hombre, que era criticado si iba en contra de ellos. Cuando se describía en la Gaceta la violencia de los ejércitos revolucionarios, para desprestigiar a la revolución, aparecía la mujer ofendida en su pudor, como en la ciudad de Poperinque, donde habían obligado a todas las mujeres del lugar a despojarse de su ropa en medio de la calle, haciéndolas quitarse hasta el calzado y las medias (Gaceta, Nº 22, 14 jun. 1794, p.308). Se insiste en el ultraje a la reputación de la Reina como mujer antes de su muerte, concluyendo la noticia que "no bastando a sus verdugos quitarle la vida, sino también la honra" (Gaceta, Nº 11, 11 abr. 1794, p.212).
Con el fin de acentuar la naturaleza caótica y violenta de la Revolución en el periódico se le presenta ajusticiada, violada u ofendida en su pudor. En un pasaje se enuncia como "Mujeres de muchos años, muchachas de 16 y 18 años han ensangrentado el cadalso" (Gaceta, Nº 3, 22 en. 1794, p.141). De este modo, apreciarían los lectores cómo los revolucionarios no respetaban la vida de las mujeres, matando a todos sin ninguna clase de discriminación.
5. La mujer y la escena política
Para terminar, señalemos que si bien la mujer está presente en la prensa, es una mujer que continua siendo subordinada, menor de edad, carente de personalidad civil o política, excluida de los centros de poder y sólo existe jurídicamente a través de los hombres. El periódico donde se enfoca claramente este aspecto es en la Gaceta limeña. La mujer aparece protagonizando de actos de violencia y su figura está constantemente asociada a la actitud violenta de las revolucionarias, quienes participaban en el desenvolvimiento de los acontecimientos políticos de la Revolución Francesa. Se destaca su participación en las sesiones de la Convención a través del testimonio de uno de sus representantes, quien declaró que "...la sala estaba llena de mujeres, cuyas intenciones eran las más sanguinarias...". Frente a lo cual habría agregado otro de sus miembros, el convencional Marat, que eso era obra de una mujer, la esposa del ex-ministro Roland (Gaceta, Nº8, 24 dic. 1793, p.108-109). En una declaración del Presidente de la Convención sobre la conspiración que se tramaba contra esta institución, se resaltaba que las mujeres habían prestado su ayuda a los conspiradores y habían sido formadas en los regimientos para apoyarlos en la ejecución de su plan (Gaceta, Suplemento Nº 6, 23 nov. 1793, p.90-91). Aquí vemos una imagen distinta de la mujer, que participa en la Revolución Francesa apoyando la causa revolucionaria.
De la misma forma, se realza la imagen de la mujer en el periódico, a través de su heroica actuación en eventos militares apoyando la causa contrarrevolucionaria[20]. Un ejemplo de ello es la participación de las mujeres en la defensa de Fuenterrabía, donde se observó "un valor digno de eterna memoria en las mujeres de esta plaza" y entre ellas, destacó una anciana (Gaceta, Suplemento Nº 4, 23 oct. 1793, p.65). En otro pasaje, se afirma que "hasta las mujeres armadas de cuchillos y bayonetas, y con mucho denuedo" defendieron Roncal (Gaceta, Nº 9, 28 dic. 1793, p.122).
En otra de las gacetas, la mujer aparece protagonizando algunos alborotos en la ciudad de París. Muchas mujeres organizadas en grupo y adoptando el nombre de "jacobinas", se habían presentado en los mercados y otros lugares de la ciudad con gorro encarnado y vistiendo pantalones o calzones largos. Estos decididos grupos de mujeres querían que las demás ciudadanas usasen la misma vestimenta y corrían por las calles insultando y azotando a las que no obedecían (Gaceta, Nº 22, 11 jun. 1794, p.298).
Frente a esta situación, en el Comité de Salud Pública se discutió si las mujeres podían ejercer los derechos políticos y participar en el gobierno, si podían deliberar entre ellas reunidas en sociedad popular. A este respecto es interesante ver la decisión de la Junta y cómo el periódico la presenta en detalle. La junta se pronunció en contra, argumentando que no tenían las mujeres las calidades que exigía el gobierno, tales como la impasibilidad severa y la abnegación de sí mismo, no tenían la fuerza moral ni física que exigía el ejercicio de los derechos políticos del ciudadano. Por otra parte, si se dedicaban a estas funciones, "tendrían que sacrificar por ellas los cuidados más importantes a que las llama la naturaleza". A continuación, el texto concluye afirmando que:
"Nacidas para suavizar las costumbres del hombre, no deben tomar una parte activa en las discusiones, cuyo ardor es incompatible con la ponderación y dulzura que forman el embeleso de su sexo. Además las mujeres por su organización son propensas a una exaltación que sería funesta en el examen de los negocios públicos" (Gaceta, Nº 22, 11 jun. 1794, p.299).
Finalmente, la Convención prohibió las juntas y asociaciones de mujeres, excluyéndolas de la actividad política. El sistema político más avanzado de la época terminó subrayando la marginación de la mujer del espacio público.
Bibliografía
1. Periódicos y escritos de la época:
Gazeta de Lima. De 1793 a Junio de 1794. Gil de Taboada y Lemos. José Durand (Comp.). Lima: Cofide, 1983.
Mercurio Peruano. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 1965-1966.
Diario de Lima. Lima, 1791-1793.
Semanario Crítico. Lima, 1791.
BUENO, Cosme. El Conocimiento de los Tiempos. Lima: Imprenta Real, 1789-1796.
GIL DE TABOADA Y LEMOS, Francisco. Memoria de Gobierno. Lima, 1859.
UNANUE, Hipólito. “Informe sobre los establecimientos literarios...”. En: Monumentos Literarios del Perú. Lima: Imprenta de los Huérfanos, 1812.
2. Fuentes secundarias
ANDERSON, Benedict. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: FCE, 1992.
DUBY, Georges y Michelle PERROT. Historia de las Mujeres. Madrid: Taurus, 1993.
GODINEAU, Dominique. “La Mujer”. En: Michel Vovelle (Ed.) El Hombre de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1995. p. 395-428.
MACERA, Pablo. “Sexo y coloniaje”. En: Trabajos de Historia. Vol. III. Lima: INC, 1974.
MARTINEZ, Ascensión y Jesús TIMOTEO. Historia de la Prensa Hispanoamericana. Madrid: Mapfre, 1992.
MEDINA, José Toribio. La Imprenta en Lima. Santiago: Fondo Histórico y Bibliográfico J.T. Medina, 1905.
MENDELSON, Johana. “ La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la colonia en la América española: 1790-1810”. En: Asunción Lavrin (Comp.) Las Mujeres Latinoamericanas. Perspectivas históricas. México: Tierra Firme y FCE, 1985. p. 229-252.
ROSAS, Claudia. “La Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato Peruano a fines del siglo XVIII”. Tesis (Lic.) Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1997.
OLIART, Patricia. “Poniendo a cada quien en su lugar: estereotipos raciales y sexuales en la Lima del siglo XIX”. En: Aldo Panfichi y Felipe Portocarrero (Ed.) Mundos Interiores: Lima 1850-1950. Lima: Universidad del Pacífico, 1995. p. 261-288.
Temidos y despreciados: Raza y género en las representaciones de las clases populares limeñas en la literatura del siglo XIX”. En: Maruja Barrig y Narda Henríquez (Comp.) Otras Pieles. Género, Historia y Cultura. Lima: PUC, 1995.
[1] En un importante artículo, Patricia Oliart analiza las imágenes femeninas configuradas a partir de los textos de conocidos escritores peruanos entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas de este siglo, A través de su investigación se puede constatar que los estereotipos femeninos guardan una continuidad con las imágenes de la mujer producidas a fines del siglo XVIII en la prensa limeña. Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar: estereotipos raciales y sexuales en la Lima del siglo XIX”. En: A. Panfichi y F. Portocarrero (Ed.) Mundos Interiores: Lima 1850-1950. Lima: Universidad del Pacífico, 1995.
[2] Benedict Anderson. Comunidades Imaginadas. México: FCE, 1992.
[3] En el prospecto del Mercurio Peruano, los editores opinaban que el periódico reflejaba la difusión de la ilustración en las naciones, siendo señal de progreso; mientras que el editor del Semanario Crítico resaltaba lo extendida que estaba la lectura de los periódicos en los espacios de sociabilidad, a diferencia de los libros, por su veloz difusión y fácil lectura. Del mismo modo se expresaban la Gaceta y el Diario de Lima. Los escritos de la época también señalan el papel relevante de la prensa en la sociedad como el “Informe sobre los varios establecimientos literarios...” de Hipólito Unanue. En: Monumentos Literarios del Perú. Lima, 1812.
[4] Toribio Medina. La Imprenta en Lima. T. III. Santiago de Chile, 1905. p. 203.
[5] Un estudio fundamental sobre esta publicación periódica la ofrece: Jean-Pierre Clément. “Indices del Mercurio Peruano, 1790-1795”. En: Fénix, Nº 26-27. Lima, 1976-1977.
[6] Nosotros utilizaremos la edición de José Durand -que recoge el prospecto, 35 números y 6 suplementos- que abarca desde setiembre de 1793 hasta junio de 1794. José Durand. La Gazeta de Lima. Lima: Cofide, 1983.
7] Un análisis de este periódico se encuentra en: Claudia Rosas. “La Imagen de la Revolución Francesa en el Virreinato Peruano a fines del siglo XVIII” Tesis (Lic.) Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima, 1997.
[8] Roger Chartier. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza, 1993.
[9] La imagen de la criolla limeña de los periódicos de fines del XVIII se asemeja, en lo fundamental, al estereotipo de limeña caracterizado por Patricia Oliart. “Poniendo a cada quien en su lugar...”. Op. Cit.
[10] Dominique Godineau. “La Mujer”. En: El Hombre de la Ilustración. Madrid: Alianza, 1995.
[11] Es muy importante para nuestra reflexión el trabajo pionero de Pablo Macera. “Sexo y coloniaje”. En: Trabajos de Historia. Vol. III. Lima: INC, 1974.
[12] Carlos Aguirre. Agentes de su propia libertad. Los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud, 1821-1854. Lima: PUCP, 1993.
[13] Lavallé afirma que los chapetones y gachupines consideraban que el hecho de que ya desde su nacimiento los criollos fuesen amamantados y criados por sirvientas indias o negras constituían vínculos tan fuertes como los de la misma sangre. Estas mujeres les transmitían sus defectos y costumbres perversas. Bernard Lavallé. Las Promesas ambiguas. Criollismo colonial en los Andes. Lima: PUC e IRA, 1993. p. 48.
[14] La imagen de la mujer negra no varió sustancialmente en el siglo XIX, por el contrario, su figura siguió asociándose al plano sexual y era percibida como mujer escandalosa. Patricia Oliart. “Temidos y despreciados: Raza y género en la representación de las clases populares limeñas en la literatura del siglo XIX”. En: Narda Henríquez y Maruja Barrig (Ed.) Otras Pieles. Género, Historia y Cultura. Lima: PUC, 1995.
[15] Es importante considerar que en el caso de las indias como en el de las negras los estereotipos difieren para cada género. Por ello, en el siglo XIX las indígenas van a ser más apreciadas que los indios, quienes eran considerados las peores parejas para cualquier mujer. P. Oliart. “Temidos y despreciados...”. Op. Cit. P. 78-79.
[16] Johana Mendelson. “La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la colonia en la América española: 1790-1810”. En: A. Lavrin (Comp.) Las Mujeres Latinoamericanas. Perspectivas históricas. México: Tierra Firme y FCE, 1985.
[17] Esta idea es relevante porque generalmente se ha creído que recién en el siglo XIX surge en el Perú una prensa “para” mujeres sin precedentes.
[18] Pablo Macera. Op. Cit. p. 320-325.
[19] Se evidencia una voluntad por definir una división del trabajo por géneros, distinguiendo las labores propias de mujeres de aquellas realizadas por hombres. En un discurso sobre el destino de la gente vaga en Lima, Lequanda criticaba el hecho de que muchos trabajos propios de mujeres estaban desempeñados por hombres (Mercurio, X, 20 feb. 1794). Entonces, podemos articular el discurso sobre la homosexualidad, que tenían su origen en el desarrollo de oficios delicados, con el interés por la división del trabajo por géneros.
[20] Uno de los temas dominantes de la contrapropaganda española en 1793 era que todos los habitantes -sin distinción- estaban implicados en la lucha contra los franceses. Por consiguiente, a las mujeres, tradicionalmente circunscritas a las labores domésticas, se las invita a participar. Esta imagen europea se difunde en el Perú por medio de la prensa. J.R. Aymes. "La "Gran Guerra"(1793-1795) como prefiguración de la "Guerra del francés"(1808-1814)". En: J.R. Aymes (Ed.) España y la Revolución Francesa. Barcelona: Crítica, 1989. p. 332-333.
PRESENCIA E IMAGEN FEMENINA EN LA ESCULTURA ITALIANA
EN EL PERU DEL SIGLO XIX
Nanda Leonardini
El presente trabajo tiene como objetivo analizar la imagen de la mujer que, en el Perú del siglo XIX, se trató de imponer a través del arte. La finalidad implícita de este estudio es determinar los patrones estéticos que se introducen en la joven República, empleando para ello la escultura italiana.
Para la realización de este ensayo se ha tomado como referencia la producción escultórica que por esos años se realizaba en Europa, la que servía de patrón al Perú, así como las obras que eran importadas desde Italia o encargadas a los artistas residentes, tanto por el gobierno como por los particulares. También se han consultado diversas fuentes bibliográficas y hemerográficas que tratan el tema de manera tangencial o lo han enfocado desde otras perspectivas.
La escultura del siglo XIX
El interés por la escultura en la urbe, decorando calles, avenidas, parques y jardines, es una de las características del siglo XIX. Sirve como una forma de expresión política, como un elemento de propaganda, como un objeto decorativo (Agulhon, 1994:90) que, además de su valor estético, puede expresar una idea ética, con planteamientos morales.
Las esculturas públicas comienzan a ornamentar las ciudades de Europa y por ende las de América Latina. El Perú no sería la excepción, especialmente Lima, que a mediados de la centuria decimonónica, gracias al auge económico del guano, el gobierno empieza a engalanar algunas de sus plazas y paseos con mármoles y bronces importados. Se trataba de una moda internacional donde “la representación figurada del personaje constituye el único homenaje digno y completo, el homenaje por excelencia”.(Agulhon, 1994:97)
Sin embargo estos personajes que se exaltan son siempre masculinos, relacionados con algún acontecimiento histórico, a pesar que las mujeres también han tenido participación relevante en la historia de la humanidad. La escultura del siglo XIX preferentemente encarna a la mujer en alegorías de abstracción cívica (un ideal político, la Nación, la Patria, la Fama, la Victoria) o moral (la Caridad, la Justicia, la Esperanza, la Fe) para acompañar, en la generalidad de los casos, a los próceres. También la representan en motivos mitológicos greco-romanos, esta vez como diosas, en igualdad de condiciones con los dioses. Así
“El siglo XIX disemina y vulgariza una cultura de humanidades clásicas que hace que cualquier bachiller embutido de latín y de mitología conozca las Diosas y las Virtudes, sus atributos sus costumbres, y este mismo siglo XIX burgués se da además unas costumbres y una mentalidad masculinas, incluso (por decirlo de alguna forma) masculinistas, que se complacen en la exhibición y contemplación voluptuosas de la imagen de la mujer objeto. Entre estas dos tendencias, en principio heterogéneas, ha habido forzosamente contaminaciones. Así es como las calles se llenaron de hermosas esculturas (nunca mejor dicho) e inexpresivas mujeres, envueltas en túnicas clásicas, o desnudas, o a medio cubrir, cuyo aire, alternativa (o simultáneamente) seductor o abstracto, contrasta con el realismo moderno y expresivo de los próceres, casi siempre hombres.”(Agulhon, 1994:99).
A la par que la escultura urbana, se desarrolla la escultura funeraria. Si bien antes existía como género, ahora, gracias a la creación de los cementerios públicos, podrá desarrollarse más, pues los mausoleos y tumbas de la burguesía local lo permitirían. Los temas que en ella se realizan generalmente están dirigidos, cuando se trata de algún prócer o líder político, a enaltecer los valores cívicos, por lo que los acompañan alegorías femeninas como la Justicia, la Patria, la Fidelidad. Para las tumbas o mausoleos familiares se emplean diferentes motivos, donde la mujer generalmente representa ángeles, virtudes teologales: Caridad, Esperanza y Fe, o bien se halla de manera compungida ante la tumba.
La imagen de la mujer en el siglo XIX
La antropóloga Sherry Ortner en uno de sus ensayos señala que la sociedad occidental ha situado a la mujer como modelo de dos extremos: las inadaptadas al orden social establecido, por lo que se encuentran al fondo del abismo simbolizando los aspectos femeninos subversivos; a ellas se las representa como brujas, hechiceras, hacedoras del mal del ojo, contaminadoras menstruales[1], prostitutas, madres castradoras. Mientras tanto en la cima de la escala de los valores éticos y morales se hallan los símbolos femeninos trascendentes encarnados con diosas maternales, piadosas dispensadoras de salvación, símbolos de virtudes. Así el simbolismo femenino, más frecuentemente que el masculino, tiene propensión hacia la polarización (Ortner, 1979:128). Es decir la mujer representa los extremos de la sociedad, y el arte tomará de ella la simbología de valores éticos que servirán para idealizar esta sociedad.
Al respecto se puede leer para 1848, en un artículo de El Comercio firmado por Cabet, el siguiente comentario:
“No hay que dudarlo: la mujer es realmente esclava, no individualmente como la negra, como la antigua sierva, como la mujer de los primeros tiempos… sino las mujeres en masa son esclavas de los hombres en masa, los cuales las privan de todo derecho, imponiéndolas cuantas leyes ha dictado su capricho y su egoísmo.”(Cabet, 1848:2)
Para remediar esto, ellos proponían que la mujer accediera a la escuela en donde
“En punto a la educación moral se las habituará á raciocinar, á considerar el pudor como ornato mas bello de la mujer, á desdeñar una vana coquetería, á mostrarse francas y sinceras en todo, á conocer y practicar sus diferentes deberes y esencialmente á tener por regla y guía la fraternidad. Nosotros, sobre todo, queremos la emancipación total de la mujer, asegurándola en sus derechos y en su felicidad. Madre del género humano, esperanza del porvenir, manantial de todos los placeres del corazón, ya como esposa, como hija, como madre, y como hermana…”(Idem)
Es interesante que mientras este escritor habla de “la emancipación total de la mujer”, le asigna de inmediato roles sociales evidentemente relacionados con la cima de la escala de los valores éticos y morales establecidos en aquella época donde la mujer, limitada al hogar, debía representarlos. Por otra parte parecería ser que el raciocinio, que es una capacidad intelectual, así como los valores morales de la franqueza y la sinceridad que se aprenden en el medio social en que se desenvuelve el ser humano, fuesen atributos masculinos a los que las mujeres podrían acceder gracias a la educación escolarizada, oportunidad que les permitiría a ellas aprender, además, el pudor, les aseguraría desempeñar a cabalidad el rol social de madre, esposa, hermana; asimismo les enseñaría a abandonar la coquetería, cualidad probablemente asociada con la mujer negativa, la del abismo. Es menester recordar que en este siglo los colegios de varones estaban separados de los de las mujeres, orden que se dicta a través de un Supremo Decreto durante el gobierno de Ramón Castilla, aduciendo que
“… es preciso que sepan que en ninguna parte del mundo en donde se profesa la moral, se permite esta mescolanza de sexos en los establecimientos de educación…”(“Llueven…, 1848:3).
Asimismo la currícula escolar peruana para niñas era diferente a la de los niños; en la primera se preparaba a las jovencitas para ser buenas madres y recatadas esposas, según se puede constatar en un artículo aparecido en el diario El Comercio en diciembre de 1848, en el que se da cuenta de los exámenes rendidos por las niñas a fin de año:
“En la mañana de hoy ha tenido lugar un lucido examen de las señoritas alumnas de la escuela de la Casa de Ejercicios de Santa Rosa… Cosas muy particulares fijaron la atención de los espectadores, á saber: que ninguna de las examinadas pasa de 12 años, que doce de ellas, han concluido el aprendizaje de todas las materias necesarias para formar buenas madres de familia, que se expidieron todas con una pericia superior a su sexo y edad… sobreponiéndose a los contratiempos, mas que todo, á la debilidad del sexo que como es constante no es el llamado á hacer rápidos progresos en el aprendizaje…”
Estas ideas, presentes en el Perú de 1848 se leen en una poesía dirigida “A la Señorita C.O.”, cuyo nombre probablemente se guarda celosamente para no perturbar su pureza; en ella se mencionan las acciones y actitudes que la sociedad de la época espera que en la vida desarrollen las mujeres: virginidad, belleza, religiosidad, y amor a los hombres.
“Ayer hermosa virgen, tan bella como pura,
orabas candorosa de hinojos en el templo
(…)
Que el día que nos hizo el Hacedor inmenso
Vivid le dijo al hombre, y a la mujer amad.
El Perú del siglo XIX y la escultura
En Europa, sobre columnas conmemorativas (de reminiscencia romana), a los pies de obeliscos (inspirados en los egipcios símbolos del sol y de la inmortalidad), encima de una base cúbica de piedra o decorando fuentes, comienzan a aparecer en plaza, avenidas y mausoleos las efigies de héroes, virtudes, dioses mitológicos, alegorías a la República, la Victoria, la Nación, con una presencia obsesiva de la mujer (Agulhon, 1994:99) representaciones que serían trasladadas a América. Ejemplos de lo reseñado son el Obelisco al presidente Sadi Carnot en Lyon, el de Aureliano en Roma, la Columna de la Independencia en México, el Monumento al combate del Dos de Mayo en Lima.
A partir de 1850 en el Perú las autoridades civiles ignoraron la tradición de la escultura colonial que había permanecido en los interiores de iglesias y conventos, trabajada preferentemente en madera, con temas religiosos e imágenes cubiertas en su integridad. Por iniciativa del gobierno empiezan a importarse esculturas para decorar plazas y avenidas, paseos públicos que no se visualizan como un espacio para el pueblo sino “como un espacio de sociabilidad para la burguesía” (Majluf, 1994:19). Desde este momento tanto el mármol como el bronce serían los materiales en los que se expresaría esta nueva estética europea, a través de la cual se introduce la temática mitológica con un desnudo justificado, la representación de los héroes nacionales, las alegorías, las estaciones del año simbolizadas por mujeres voluptuosas o efebos, dejando de lado el tema religioso. Estas obras eran encargadas y traídas directamente desde Italia o Francia pues en el Perú se consideraba, como lo afirma un artículo publicado en La Sociedad de 1874, que el arte, soplo vital:
“No existía entonces, no existe todavía entre nosotros, privilegio es de otros pueblos (…). Era necesario buscarlo muy lejos allá donde vive el calor del entusiasmo, de la educación, de las tradiciones, y transfigurado por la inspiración.” (Majluf, 1994:27)
Todo este renacer escultórico público coincide con la estabilidad económica que nace gracias al auge del guano, momento en el cual se origina la oligarquía peruana. En el terreno de la producción de imágenes serían años de intensa y sistemática exposición de ideas y de creación de normas (Oliart, 1995:262). Esto es un reflejo de la actividad artística europea donde
“el desarrollo de nuevos sistemas tecnológicos y la idea de que los conocimientos técnico-científicos y el control sobre la naturaleza sientan las bases primordiales para la evolución y el progreso de una humanidad pensada en abstracto, contribuyen a fomentar interpretaciones etnocéntriscas y androcéntricas de la realidad artística de los pueblos “primitivos”. Al mismo tiempo que se producen estos cambios socioeconómicos que afectan a la producción artística, a las obras y a sus creadores, también se dan transformaciones ideológicas que inciden en la materialización del terreno artístico.” (Méndez, 1995:52)
Así surge una serie de estereotipos estéticos regidos por el ideal clásico greco-romano, manifestados a través de las artes plásticas, donde lo local era mal visto por falta de tradición e inspiración. Asimismo se corroboran los ideales raciales venidos desde la colonia, que señalaban la superioridad del blanco, ideales que no necesariamente a la se acercan realidad peruana, sino que más bien correspondían a lo europeo.
Los escultores italianos en el Perú del XIX
Es sabido que los artistas italianos llegan a Perú desde la Colonia y que su influencia es realmente determinante sobre todo en el campo de la pintura. En la etapa Republicana la inmigración de ellos se debe en gran medida a factores políticos a raíz del Risorgimento, movimiento independentista que tenía como meta expulsar a los austríacos de la península, unificar Italia y devolverle el prestigio y hegemonía cultural arrebatado por Francia. El Risorgimento, encabezado por José Mazzini, estaba conformado básicamente por intelectuales, científicos y algunos burgueses, quienes al verse perseguidos por las autoridades austríacas debían optar por un exilio forzoso. De esta manera muchos de ellos arriban a América Latina, en especial al Perú, atraídos por el auge del guano o por las redes sociales que acá poseían; en la segunda mitad del siglo lo harían expulsados por factores económicos de la misma Italia.
Dentro de los artistas italianos conocidos hasta el momento, que realizan o envían obras al Perú, no existe el nombre de ninguna mujer. Esto no es de extrañar pues es recién a mediados de ese siglo que algunas damas pueden ingresar a las academias de arte para estudiar y firmar con completa libertad sus obras. Lo señalado no significa, de ninguna manera, que no haya habido mujeres artistas en siglos precedentes, sino que éstas no podían firmar sus obras con nombre propio, recurriendo al nombre de su padre, al del marido o al anonimato. Uno de los sonados casos es el de Artemisa Gentileschi de inicios del siglo XVII, quien escondía su verdadera identidad bajo el nombre de su padre, el pintor florentino Horacio Gentileschi[2]. Es por ello complicado señalar a veces la autoría femenina de numerosas obras. Y es que las obras de las mujeres eran infravaloradas pues las reglas del arte estaban dadas por los hombres, quienes eran los encargados de legitimizar socialmente cuáles eran los criterios que debían guiar el gusto del público, de las instituciones y de las colecciones (Méndez, 1995:11, 51).
En algunas historias de vida recogidas de mujeres italianas inmigrantes de principios del siglo XX, se ha podido establecer que gran parte de ellas migraban siguiendo al marido, al padre o a la familia, y lo hacían en cadena de grupos familiares; su número era limitado en relación al de los hombres, jugando un rol
“pasivo desde el momento en que ésta seguía simplemente la elección masculina, personalizada en la figura del padre o del marido.”(Zaldívar, 1987:198)
Es fácil entender el por qué en el Perú de la centuria del ochocientos no se conoce ninguna mujer escultora italiana, quien además habría tenido fuertes dificultades de sobrevivir en forma independiente ya que las posibilidades de trabajo femenino eran relativamente nulas.
La imagen de la mujer en la escultura italiana en el Perú del XIX
Entre las esculturas italianas importadas o que se elaboran en Lima, relativas al tema de la mujer, se encuentran representaciones alegóricas, mitológicas, cívicas o morales; pueden estar, a veces, de manera independiente o en tétradas mayoritariamente femeninas (cuando más dos mujeres y dos efebos).
El tema de Las Cuatro Estaciones y el mitológico llega con la República en figuras llenas de erotismo y voluptuosidad.
Las cuatro estaciones fueron colocadas en la Plaza de Armas (actualmente se localizan en el Paseo Colón): son dos efebos y dos sensuales mujeres: En el caso femenino está El Otoño y La Primavera; esta última, a través de un ligero vestido, muestra parte de sus atributos visualizados por ampulosos senos y robustas piernas, en una Lima en la que todavía las tapadas se paseaban por las calles y donde enseñar el pie era casi un desacato a la moral.
La temática mitológica se puede apreciar en un grupo de cuatro esculturas localizadas en la Plaza del Cercado. Este asunto no había sido tratado durante la Colonia, probablemente por motivos religiosos relacionados a la evangelización. A través de ella los europeos, desde el Renacimiento, habían podido recrear el desnudo femenino y masculino con un asunto aceptado, obras que desde luego nunca pisaron la colonia. El tema mitológico llega a Lima trayendo de paso al desnudo, aunque justificado. El desnudo femenino, que por esos años ya era aceptado en Europa sin buscar una excusa, en América no era tratado de ninguna manera, por lo que a mediados del siglo XIX su aparición es algo sin precedente. Así, los limeños se encontraron en la vía pública frente a varios personajes mitológicos. Uno de ellos es Leda con el cisne, inspirado en la historia en que Júpiter abusa de la inocencia de una adolescente a fin de poseerla, para lo cual emplea el recurso de transformarse en un hermoso y juguetón cisne. Historia llena de erotismo representada por una joven semi desnuda que entre sus brazos sostiene sensualmente al ave, en una ciudad moralista donde la virginidad, el pudor y la pureza, como ya se ha mencionado, eran columnas importantes de los valores morales femeninos. Es probable que estas obras no fuesen juzgadas bajo patrones moralistas porque traían de por medio la enseñanza de la mitología clásica europea.
Por su parte, la escultura particular se recrearía importando o encargando a los artistas radicados el tema de las virtudes (Fe, Esperanza, Caridad), ángeles o mujeres compungidas de dolor, obras destinadas a decorar, generalmente, mausoleos, y en las que se manifiesta la religiosidad católica, empleando para ello a la mujer como objeto representativo de los valores éticos de la sociedad.
La Caridad está simbolizada como una matrona que cuida a uno o dos niños indefensos. La Fe con la mirada perdida carga en una de sus manos la cruz. La Esperanza porta un ancla; todas ellas encierran como mensaje católico, el deseo de alcanzar el Paraíso en el más allá. También se representa a una mujer que entre sus manos sostiene una corona de flores haciendo alusión probablemente a la inmortalidad espiritual. Los ángeles, seres sobrenaturales asexuados, son simbolizados por medio de hermosas y bien formadas damas paradas en actitud de espera junto a la tumba; tal vez se alude al Angel de la Guarda, encargado de guiar a los hombres durante su vida y acompañarlos al más allá. También está el arcángel Jehudiel con una corona de flores entre sus manos, tal vez con la idea de reconfortar al alma del fallecido como lo hiciera con Jesucristo en el Monte de los Olivos cuando se encontraba en agonía. Otros temas también sugerentes en la anatomía, son el de mujeres que lloran apesadumbradas sobre la tumba del ser ausente; eso no quita la posibilidad de la presencia de elegantes damas en actitud de espera o de compañía.
La historia y la escultura
El origen y ejecución de la escultura de héroes datan de la ola de emociones patrióticas que continúo a la Independencia, y a los recuerdos que bullían de antiguas luchas por la libertad (Fleming, 1982:296).
En el Perú los únicos personajes históricos que el gobierno republicano encarga, a Italia o a artistas italianos radicados en Lima, son masculinos: fueron Bolívar, Colón, Grau, Piérola y San Martín. En el caso de Bolívar y San Martín se refieren a las figuras de dos de los principales héroes de nuestra Independencia, y en el de Grau a uno de los héroes de la Guerra del Pacífico. Con ello se ignoraba la participación directa y el rol que la mujer había jugado en estos trascendentes hechos históricos como guerrilleras, espías, rabonas, opciones que a muchas les costaría la vida.
Entre las numerosas figuras femeninas que participaron en la etapa de la Independencia mencionaremos a la ayacuchana María Andrea Parado de Bellido quien, al no querer revelar los nombres de los patriotas que prestaban resistencia. es fusilada por los realistas en 1822. Asimismo destacan las figuras de María, Cleofe e Higinia Toledo, conocidas como las Heroínas Toledo, quienes, el 3 de mayo de 1820 en la ciudad de Concepción, se ponen al mando de un grupo de guerrilleros enfrentándose a las tropas realistas, acción por la que José de San Martín las condecora con la “medalla de vencedoras” (Gálvez, 1998:15). Pero no serían las únicas acusadas y perseguidas.
“Rosa Campusano tuvo que huir por haber cantado el Himno Nacional. Melchora Balandra sufrió castigos y persecución por ser madre del mártir José Olaya. Otras mujeres como Catalina Fernandes, Narcisa Iturregui, Catalina Agueri, participaron en la gesta libertadora en tareas difíciles y de particular cuidado. En reconocimiento a esta abnegada labor, el 11 de enero de 1822, el General San Martín autorizó el uso de la Banda de Honor Blanca y Roja como galardón. Las mujeres mencionadas fueron las primeras en recibir el título honorífico de Caballeras de la Orden del Sol.”(Guardia, 1995:98)
El asunto de la no representación escultórica de las rabonas es fácil de comprender, pues en esa etapa la historia estaba reseñada a través de los líderes, por lo que la figura del soldado no era considerada, ni menos aún la de las rabonas miradas despreciativa e insolentemente por las limeñas de toda clase social (Macera, s/f:132).
Personajes históricos femeninos se tenían, más se carecía de interés y de conciencia para reconocer su trascendencia, incluso en la actualidad pues sólo Micaela Bastidas ha sido inmortalizada en una obra de esta naturaleza. Y es que la historia era escrita por los hombres y para los hombres importantes.
La figura de la india
En el grupo de esculturas italianas del siglo XIX el tema del indio es tocado de manera tangencial. Esto no es extraño en un Perú en donde el indio y la india en la ciudad eran considerados extranjeros de paso, o residentes desadaptados, hecho que se percibe en la literatura de la época (Oliart, 1995:276), y que refleja las ideas de la clase gobernante encargada, entre otras cosas, de establecer las normas estéticas culturales que debían regir a la sociedad, tarea en la que estaba comprendido elegir y mandar a realizar al extranjero las obras que debían decorar las ciudades, a través de las cuales se intentaría formar un ideal estético y donde el europeo sería el modelo a seguir y a copiar, aunque esto sólo alcanzara a ser un remedo.
Entonces, es coherente que la única mujer indígena que ha sido representada en la centuria decimonónica se encuentre estereotipada bajo cánones europeos. Es decir, a la mujer indígena no se la consideró como personaje histórico, aunque existan muchas figuras dignas de ello, como es el caso de Micaela Bastidas, esposa de Tupac Amaru II, quien durante el movimiento insurreccional del siglo XVIII, moviliza fuerzas indígenas, distribuye y proclama arengas entre Yanaoca, Ocororo Pilipinto entre otros puntos; por su compromiso político es ajusticiada el 8 de mayo de 1781. Junto a ella participaron Tomasa Titu Condemayta, cacica de Acos (Cusco), Cecilia Túpac Amaru (prima de Túpac Amaru), Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, Marcela Castro (Guardia, 1995:96).
El caso específico al que nos referimos es la escultura de Cristóbal Colón realizada en 1860 por Salvatore Revelli. Dicho monumento representa al marino genovés de pie, elegantemente ataviado, quien paternalmente coge con su mano izquierda la de una indígena semi desnuda que se encuentra a sus pies en actitud desvalida, pero que ya ha aceptado el cristianismo como fe única, pues sostiene en su delgada y suave mano izquierda la cruz, símbolo por excelencia de este credo, hecho que nos plantea una evangelización lograda de antemano, y que, a pesar de todos los intentos, a la fecha se reconoce no alcanzada.
El mensaje de la obra transmite además otras cuatro ideas: civilización, racismo, sexismo e ideal estético europeo. En primera instancia Europa, representada por Colón, nos trae la civilización y el cristianismo. En segundo lugar la misma Europa protege a América, simbolizada por una desamparada india, actitud muy comprensible pues ésta es producto de una raza inferior, débil, idea que corresponde al racismo científico, muy de moda en el siglo XIX, que sustenta la existencia de razas superiores a otras. En tercera instancia, tanto la civilización como “la raza superior”, están simbolizadas por Colón, en tanto el salvaje y la “raza inferior” se hallan representadas por una mujer. Finalmente la india estéticamente no es tal pues tanto sus facciones como el tratamiento anatómico son europeos; en lo que se refiere a sus atavíos, estos son idealizaciones románticas donde los elementos del atuendo masculino americano son portados por una mujer derrotada: carcaj a la espalda, atributo de guerreros; impecable collar de perfectas y redondas cuentas adornan el pecho femenino a modo de pectoral, mientras luce sobre su cabeza un elegante tocado elaborado con anchas plumas, símbolos masculinos que en el mundo prehispánico eran de realeza y poder. Probablemente Salvatore Revelli en su visión eurocentrista e ignorante de la historia americana, pretendía, a través de su obra, representar a una de las idealizadas Amazonas buscadas eternamente por lo españoles, y “derrotadas” por la civilización europea.
A manera de conclusión
Con lo ya reseñado podría plantearse que la cultura oficial peruana, dirigida por la oligarquía, pretendió a través de la obra escultórica italiana del siglo XIX, expandir un ideal de belleza europeo. Asimismo, aprovechando la presencia de los inmigrantes, dicha oligarquía establece alianzas de parentesco, juego en el que las mujeres formaban parte, pues para ellas era conveniente mantenerse blancas, rasgo principal de belleza en esa época, convirtiéndose en “reproductoras” físicas de dicho ideal. Así, el mensaje subliminal de las esculturas de mármol, cobraba vida en los hijos nacidos de estas alianzas matrimoniales.
De esta manera, arte, “raza” y género continuaron envueltos dentro de un mismo paquete: el eurocéntrico y el androcéntrico, pues en el caso específico del Perú cumplían la doble finalidad de “enseñar los verdaderos valores estéticos culturales y mejorar la raza”.
Con lo ya reseñado podría plantearse que la cultura oficial peruana, dirigida por la oligarquía, pretendió a través de la obra escultórica italiana del siglo XIX, expandir un ideal y estereotipo de belleza europeo femenino que estaba fuera del Perú.
A través de la escultura italiana se difunde un ideal y estereotipo de belleza europeo femenino que estaba fuera del Perú. Las mujeres de la oligarquía sólo reunían en parte estos atributos, por lo que era conveniente, a fin de lograrlos y así constituirse “racialmente superior” al resto de la nación, realizar alianzas matrimoniales con europeos inmigrantes. La ratificación de dichos estereotipos de belleza permitiría reforzar la diferencia entre la élite gobernante representada por los “blancos” y el resto de la ciudad y el país.
En este juego estético, racista y clasista, el italiano inmigrante, consciente o inconscientemente también participa al crear vínculos de parentesco. En la revista Actualidades de setiembre de 1903 se puede apreciar estas características racistas y estéticas cuando al referirse a los italianos comenta que
“… su sangre rica en glóbulos rojos vigoriza los anémicos organismos americanos (García, 1903:565).
(…)
“Son estos simpáticos huéspedes del Perú, los que mayor suma de bienes han aportado al pais (…) el arte i todas las manifestaciones de la civilización cuenta entre nosotros vástagos de italianos que han reforzado las filas de la inteligencia nacional.”(“XX…, 1904:s/p)
BIBLIOGRAFIA
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Zaldívar H., Paula. “La imagen y el recuerdo: Historia de vida de quince mujeres italianas en Chile.” En Presencia italiana en Chile, Valparaíso, Universidad Católica, 1987, pp. 191-227.
[1] La menstruación ha sido considerada como un síntoma de contaminación y debilidad. En magia ceremonial a las mujeres no se les permite realizar ni participar en ninguna ceremonia cuando ellas se encuentran durante el periodo menstrual, ya que la presencia de sangre atrae a todo tipo de seres.
[2] Sobre el particular léase el artículo de Mary D. Garrard: “Artemisa y Susana.”
LA MUJER COMO SUJETO POLITICO: OPINION PUBLICA Y CIUDADANIA EN FORMACION
Rosa María Alfaro Moreno
Hoy, la mujer ha ingresado a diversos espacios del ámbito público. No sólo se ha reubicado en el campo intelectual y artístico, sino que de manera sorprendente se encuentra desempeñando roles en el campo político y en el simbólico. Ella acompaña los actuales procesos de conquista de la igualdad entre varón y mujer al interior de una pugna por reorganizar el poder en nuestra sociedad. Es decir, su compromiso está modificando los proyectos culturales y políticos hegemónicos donde el varón y el autoritarismo constituyen pilar y eje. La opinión pública reconoce la importancia de la mujer, creándose nuevas sensibilidades. Ha adquirido visibilidad y protagonismo, en medio de dificultades, conflictos, éxitos y vacíos por cubrir. Proceso complejo y muchas veces engañoso pero que refleja cambios realmente significativos. Destacaremos algunos de los caminos emprendidos relevando sus problemas, ambigüedades y tensiones.
1. Acercamiento a la política desde el espacio doméstico
Hombres y mujeres comunes y corrientes, especialmente amas de casa, se relacionan con la esfera pública y política sin salir del hogar. La relevante presencia de los medios de comunicación ha permitido ver, oír y leer a los políticos, los acontecimientos y la escenificación del poder, los problemas, las opiniones de otros, etc. Nadie desconoce hoy al presidente y sus obras aunque jamás lo haya visto personalmente, para poner un ejemplo paradigmático del fenómeno. El está día a día en cada hogar, representado desde el palacio presidencial o desde el pueblito más alejado del país. Se le ve u oye en sus niveles formales de gobernar como en los amicales, incluso en los humorísticos cuando es imitado en programas de radio y televisión de gran popularidad. Es decir, hoy no podemos afirmar que la gente está distante de la política, mas bien vivimos un proceso vertiginoso de acercamiento, aunque ésta sea leída desde matrices culturales no precisamente políticas sino más bien cotidianas y ligeras.
La naturaleza del acercamiento no sólo se circunscribe a la observación de imágenes o la lectura, sino que tales representaciones y valoraciones de la política que se exponen por los medios inducen a mujeres y varones, jóvenes y adultos, sectores sociales varios, a construir una comprensión de la política y a establecer con ella algún tipo de involucramiento (la percepción de sí mismo como sujeto político, por ejemplo). Es allí que forman cotidianamente su opinión y las argumentaciones útiles para el voto. Están expuesto a conocer diversos comportamientos de actores frente al poder y barajar o ensayar frente a la pantalla criterios de valoración sobre la eficacia de los mismos. Es allí donde encuentran aquellos temas de conversación que les permitirán mantener relaciones de actualidad en sus circuitos familiares, amicales, institucionales, estableciendo luego coincidencias y diferencias, ingresando así a ser parte de las corrientes de opinión. Es desde ese espacio privado que extrae informaciones, climas o estados de ánimo, sentidos de futuro, para luego confrontarlos con su propia realidad personal y social más amplia y reelaborarlos. Procesos que se dan no sólo en el presente, sino que se van cimentando en el largo plazo, definiendo su inserción en la modernidad tecnológica y cultural.
Esta aproximación a la política se va dando en diálogo e interacción con la formación de una cultura política massmediática que se forja durante la temporalidad del ocio y se inserta en la búsqueda humana de entretenimiento y placer. En ese sentido, la mujer ha sido beneficiada pues ha conquistado en el espacio doméstico el derecho a divertirse y a ser parte de un universo más amplio.
Más audiovisual que escrita (MARTIN BARBERO 94), esta cultura es fragmentada y viajera, obsesionada por el detalle del acontecimiento y su espectacularización, por la imagen sintética que por sí misma explica, pues el discurso está inserto en ella; fascinada por el movimiento y la acción del relato y por la combinación de narraciones y discursos. Gusta de la variación aunque también desarrolla concentraciones o especialidades. Está siempre expuesta a la banalización.
Relación política personalizada [1], especialmente por la mujer y centrada en las figuras de un presidente que todo lo puede y hace y un alcalde que sabe ejercer poder vecinal en la ciudad. Pero terriblemente exigente con las instituciones del estado de quienes ya conoce sus roles y especificidades pero no su funcionamiento, en parte porque no las puede comprender y porque tradicionalmente merecen sospechas.
Representaciones desterritorializadas de lo político desde una mirada cultural que tiende a mundializarse en los procesos de globalización (ORTIZ 95). Las fronteras y las puertas tienden simbólicamente a ampliarse o desaparecer, percibiéndose cada sujeto como ciudadano del mundo. Estamos ante un consumidor que con el control remoto se traslada por medios, canales, emisoras, comprando o prestándose periódicos y revistas, folletines. Imaginaria y realmente (migración hacia el extranjero) ha aprendido a explorar con nuevos horizontes adelgazando viejas adhesiones e identidades ideológicas y políticas que lo encuadren. Busca mas bien el desencuadre. Mujeres que aunque vaguen menos por los ideales que los varones, pero también lo hacen,[2] sueñan con los viajes como ideas de futuro, progreso y felicidad.
Si bien los sentidos de lo nacional permanecen y seguirán existiendo, son recontextualizados como espacio simbólico intermedio entre la idea de mundo y localidad. Lo comunitario se "des-organiza" y dispersa para reencontrarse menos sustancializado, funcionando en determinadas oportunidades. Como también reaparece en relaciones de coincidencia e interpretación de la realidades como comunidades hermeneúticas y de interpretación (GARCIA CANCLINI 95).
Los datos de ratings de las empresas dedicadas a su medición indican un alto consumo en hombres y mujeres de programas noticiosos y políticos [3]. Lo que confirma que la exposición a lo público y lo político tiene ya como partícipes a las mujeres. Es significativo, sin embargo, comprobar como ellas prefieren y entregan confiabilidad a 24 Horas y Primera Edición (más conversacionales), mientras que los varones en términos cuantitativos están más ubicados en 90 Segundos y ATV Noticias. Los periódicos, son más leídos por ellos, los varones, en cuanto a información política [4] pura.
Cultura que ha desarrollado los sentimientos de pertenencia e integración a la sociedad y su adhesión al sentido del progreso en la mujer, aunque ésta se efectivice desde las relaciones más personalizadas, el relato dramatizado y la espectacularización de la noticia. Así lo político es mirado por la mujer desde lo social y las relaciones afectivas, como en el interés por el detalle tangible como sentido de veracidad. Desde esas condiciones de lectura se enfrenta al personaje, la institución y la acción política.
Estas transformaciones, especialmente, han permitido redefinir el propio espacio doméstico no como el lugar del aislamiento y la privatización, sino como zona estratégica y desterritorializada de contacto con el mundo local, nacional y global. Los sujetos son los nuevos cosmopolitas domésticos (ECHEVERRIA 95) de las casas a distancia. De esta manera, el hogar no es más el recinto cerrado de las cuatro paredes donde está confinada la mujer, porque desde lo que muchos autores llaman la realidad virtual se conforman identidades, posturas, opiniones frente a la política, se abren al mundo. Nociones que hemos usado, tales como distrito dormitorio, la idea de lo local delimitado o el enfrentamiento entre mundo privado y público se ponen en revisión.
El espacio doméstico en esa línea es hoy realmente un microcosmos, un espacio de construcción de la política que no podemos descuidar. Esta telepresencia de lo público en nuestros domicilios, que en nuestros países está dado más por la radio y la televisión que por el teléfono y la Internet (tecnologías no tan modernizadas y de acceso aún no mayoritario), levanta nuevas problemáticas. Se dibuja una paradoja, pues desde un hogar aún jerarquizado de manera patriarcal se abren espacios de participación simbólica y cultural en la política de las mujeres. ¿Se estarían procesando cambios realmente significativos?. Nos preguntamos, además, en esa privatización de lo público, ¿cómo se está ejerciendo hoy la política desde el ámbito del poder?. ¿Se piensa acaso su presencia en los medios como una responsabilidad ética y política o es una forma simplista de ganar popularidad? Nos preocupa que las únicas categorías que se asuman para llegar a cada casa sean las estrategias publicitarias y no el diálogo político. Volver público desde lo privado es una estrategia de acceso, pero insuficiente porque no genera participación y ejercicio crítico; sin embargo es todo un enigma a descifrar.
2.- Legitimación de la participación política de la mujer, en la opinión pública
Tema éste controvertido, aunque siempre juzgado y analizado de manera cuantitativa, referido a la cantidad de mujeres que ingresan al poder y a su capacidad de influir y decidir en las políticas públicas. En este caso, trataremos de indagar sobre opiniones, valoraciones y contradicciones de la población con respecto a la participación política de la mujer, utilizando datos de diversos sondeos implementados por CALANDRIA[5]. Las opiniones tienden a legitimar la participación de la mujer en la política. Se señala, inclusive, cuáles serían sus responsabilidades:
RESPONSABILIDADES Y QUEHACERES DE MUJERES EN LA POLITICA
# %
Tareas ciudadanas activas [6] 138 23
Participación en política [7] 115 19.2
Obligaciones cívicas mínimas 91 15.2
Realizar labor social 37 6.2
Igual que hombres 57 9.5
Otros 76 12.
Se indica, igualmente, que sí votarían por mujeres para la Presidencia de la República, especialmente señalado por las mujeres. Y hasta se acepta, por una mayoría relevante, que existan cupos (antes de ser propuesto por Fujimori con respecto al parlamento) y obligatoriedad sobre su ingreso a la política.
¿VOTARIA POR UNA MUJER PARA LA PRESIDENCIA?
t o d o s mujeres hombres
# % # % # %
Sí votarían 405 67.6 230 38.4 175 29.2
No votarían 93 15.5 30 5. 63 10.5
No saben 101 16.9 47 7.8 54 9.
CON RESPECTO A LEYES QUE OBLIGUEN A INCLUIR MUJERES EN LA POLITICA:
A FAVOR EN CONTRA NO SABE
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::# % # % # %
Mas mujeres en congreso 385 65 162 27.4 45 7.6
Mas mujeres ministras 375 63.3 161 27.2 56 9.5
Mas mujeres en partidos 293 49.7 180 30.6 116 19.7
En todos los casos hay más mujeres a favor de la medida, lo cual evidencia un deseo de mejor colocación de la mujer en el ámbito público y político. De manera general, podemos afirmar que sí existe una aceptación de la participación de mujeres en la política.
Las propias mujeres políticas son admiradas por las siguientes cualidades:
Capacidad e inteligencia profesional 193 32.2
Por su fuerza de carácter 156 26.
Honestidad-responsabilidad 58 9.7
Por tener ideales 56 9.3
Por carisma soltura 50 8.3
Otros [8] 105 17.5
En ambos casos se nota la excepcionalidad, aludiendo a la profesionalidad (preparación universitaria) y a su fortaleza de carácter. Pero no necesariamente se identifican con ellas. Más aún al señalar las virtudes que las mujeres, en general, pueden aportar a la política, aparecen más resaltadas otras cualidades como la honestidad, la sensibilidad, la capacidad administrativa y la humildad moderada, lo cual perfila mas bien rasgos femeninos útiles para la política. Se podría estar sugiriendo, muy indirectamente, que las actuales políticas no se ajustan al modelo femenino que la opinión pública aprecia. Igualmente los hombres son destacados por su independencia y capacidad de ejercer autoridad reproduciendo el estereotipo masculino. La inteligencia y la capacidad práctica serían según la mayoría de nuestros encuestados, cualidades humanas que no pasan por los géneros y que las mujeres también lo poseen. Pero, evidentemente, se sugiere que desde las capacidades acumuladas las mujeres podrían aportar positivamente.
¿QUIENES SON MEJORES EN LA POLITICA?
MUJERES HOMBRES AMBOS
Más sensibles 413 69.2 58 9.7 126 21.1
Más honestos 332 55.6 38 6.4 227 38.
Más humildes 285 48.5 98 16.7 205 34.9
Más moderados 278 46.6 171 28.7 147 24.7
Mejor administradores 247 41.6 187 31.5 160 26.9
Más independientes 127 21.3 298 50.1 170 28.6
Ejercen autoridad 92 15.4 300 50.3 204 34.2
Más inteligentes 88 14.8 92 15.4 416 69.8
Más eficaces 125 20.9 159 26.6 313 52.4
Más democráticos 133 22.5 152 25.7 307 51.9
Resuelven problemas 146 24.5 172 28.9 278 46.6
Nuevamente, en este item como en algunos otros anteriores notamos a mujeres que defienden más a las mujeres por ejemplo en su capacidad de resolver problemas y ser más eficaces, en la inteligencia, o subrayan aún más la honestidad de sus pares. Los hombres se niegan a admitir la capacidad femenina de administrar. Nuevamente, nos parece interesante comprobar una cierta adhesión o complicidad de género entre mujeres en el ámbito político
En el nivel del "deber ser" se identifica a una mujer comprometida con el ámbito público, tanto desde la actividad ciudadana activa como desde la política, ambas apreciaciones son refrendadas por más mujeres. Esto es contradictorio con otras respuestas referidas a las prioridades de la mujer centradas en el mundo doméstico. Habría en ese sentido una gran apertura en términos principistas, quizá porque se tiene más asimilado el principio de igualdad ciudadana. Sin embargo, el quehacer concreto es diferente, como también en el nivel de las inseguridades se anudan temores que debemos considerar.
3.- Trabas en la representación y acción política de la mujer
Sin embargo, esta legitimación en el “deber ser” se complejiza perfilando contrasentidos, dificultades y tensiones que impiden una realización de tales opiniones.
3.1.- Sin embargo, la política no es para la mujer común y corriente
Más mujeres tienden a aceptar que no saben de política y la opinión pública en general revela sus prejuicios frente a la participación política de la mujer. La responsabilidad familiar de la mujer madre está recortando su ingreso más audaz a ese campo, como veremos después.
¿Cuánto cree ud. que sabe de política?
|
t o t a l |
mujeres |
hombres |
|
Casos Porcent |
Casos Porcent |
Casos Porcent |
No sabe nada |
108 17.8% |
77 13.0% |
29 4.9% |
Más o menos |
365 61.4% |
164 27.6% |
201 33.8% |
Sí sabe |
52 8.8% |
16 2.7% |
36 6.1% |
Le gustaría saber |
71 12.0% |
45 7.6% |
26 4.4% |
|
|
|
|
TOTAL |
596 100.0% |
302 50.9% |
292 49.2% |
Los peligros que conlleva la participación política de la mujer motivan a resaltar riesgos o peligros para ella y los demás, de la siguiente manera:
¿Qué peligros o riesgos afronta una mujer cuando se compromete en política?
Menc. Porcent Relat
Se descuida a la familia 266 44.3%
Ningún peligro 115 19.2%
Se politiza mucho 67 11.2%
El esposo se va 49 8.2%
Se masculiniza 17 2.8%
Todos los anteriores 30 5.0%
Otros 146 24.3%
Total menciones 690
¿Cuáles son las actividades más importantes para la mujer?
Cuidar y educar hijos 463 77.2
Ocuparse de la casa 341 56.8
Trabajar en casa 172 28.7
Trabajar fuera de casa 189 31.5
Educarse más 280 46.
Participación política 65 10.8
Arreglo personal 56 9.3
Divertirse viajar 16 2.7
Ver TV 7 1.2
Otras 23 3.8
¿Cuáles son los trabajos recomendables para mujeres?
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Secretarias y oficinistas 161 26.8
Trabajo manual no fuerte 120 20.
Profesoras 89 14.8
Administración y ejecutivas 85 14.2
Ama de casa 70 11.7
Modista/costurera 26 4.3
Asistente/empleada 26 4.3
Hicimos una pregunta compleja, indagando sobre quiénes hacían determinadas tareas del hogar. Para luego repreguntar sobre las mismas pero en el nivel del "deber ser". Dada la complejidad de la información y del espacio que necesitaríamos para presentarla, les comunicamos algunas constataciones interesantes que encontramos:
- En la actualidad las tareas domésticas recaen en la esposa, ayudada por las hijas. Estas son: cocinar, lavar y planchar, limpiar, hacer compras, vestir a los niños y cuidar su educación y salud. La madre, especialmente cocina, íntimamente vinculada al alimento de los hijos.
- Hay tareas que el hombre asume. Estas son: pagar las cuentas y traer dinero a casa, es decir se erige como el sujeto económico principal (aunque en muchos casos se señala que ambos colaboran en traer dinero). Y comparte tareas con la mujer en lo que respecta al cuidado de la salud y la educación de los niños. Casi nunca asume las labores llamadas domésticas. Los hijos varones son los más protegidos, pues casi no se les indica tareas de apoyo y colaboración. Otro rol importante es el disciplinario.
- Según se afirma, ambos asumen el cuidado de sus hijos. pero no se da una ubicación al padre en algún trabajo específico. Así cuando el rubro de "ambos" es alto, las tareas del padre desaparecen, mientras que continúan los de la mujer. Es decir, el compartir no exime a ella de sus responsabilidades porque supuestamente le corresponden. No se logran delegar responsabilidades, se comparten tareas. Es probable que compartir sea sinónimo de ayudar y no de asumir.
- Cuando se interroga sobre un estado ideal futuro, suben vertiginosamente las tareas compartidas por varones y mujeres. Se indica así que habría una cierta conciencia sobre la importancia de la participación masculina en la vida familiar aunque ésta no se lleve a la práctica hoy. Se imaginan también a hijos más comprometidos.
- Ante esta alza de la colaboración mutua, las tareas exclusivas del hombre desaparecen, no así la de las mujeres que sólo tienden a disminuir. Por lo tanto podemos concluir que la idea de la responsabilidad de la mujer sobre el mundo privado permanece, inclusive en el deber ser. De allí que la participación política deba ser entendida como un añadido que implica acumulación de trabajo y de responsabilidad.
- De esa manera, estructuralmente hablando, la política supone una gran entereza de la mujer para asumirla, un alto grado de heroísmo y sabiduría que le permitan mantener el equilibrio necesario para que no se afecte de ninguna manera el hacerse cargo de la familia. Es decir, es válida para mujeres especiales o excepcionales. La mujer común y corriente no tienen por qué arriesgarse tanto. Es lógico el alejamiento que se produce entre mujer y política por su permanente tensión.
La tensión cíclica entre participación publica y política se repite ante la primacía del rol maternal y doméstico. De esa manera, estructuralmente hablando, la política supone una gran entereza de la mujer para asumirla, un alto grado de heroísmo y sabiduría que le permitan mantener el equilibrio necesario para que no se afecte de ninguna manera el hacerse cargo de la familia. Es decir, es válida para mujeres especiales y no para aquella común y corriente quien desde el hogar y en contacto con los medios hará y ejecutará la acción política posible.
Entre mujer política y mujer común y corriente existen diferencias y brechas tan importantes que pocas conexiones pueden establecerse con ellas, más allá de la admiración. Los sentidos representativos que podrían promover recambios y el ingreso amplio de nuevas generaciones de la mujer a la política parecen no estar presentes en las corrientes de opinión más consensuadas. Se dice sí a la mujer en la política, pero probablemente a la vez se está insinuando: "yo no" ó ni "tampoco mi esposa".
La mujer política surgiría, entonces, de los partidos o del deseo de superación individual de algunas con vocación política, acompañada por rasgos de capacidad profesional y fortaleza personal (la mujer fuerte y excepcional).
3.2.‑ Participación partidaria, no; social, sí:
Al preguntar sobre la participación ciudadana en los partidos políticos, apelando al nivel del deseo de hacerlo, la respuesta NO es contundente: 74.2%, opción más votada por mujeres que por hombres. Al indagarse por las razones, éstas nos dan pistas interesantes de interpretación. La política, en general no interesa o porque no agrada ni llama la atención o porque se la considera sucia y hay acumuladas decepciones, además no se tiene tiempo para ella. Hay quienes se sienten incapacitados o sin vocación para ello, sugiere problemas. Es decir, la política partidaria es lejana y complicada, es para otros, no convoca las vocaciones personales de participación directa. Continúa la satanización de los partidos.
Sin embargo, hay una franca simpatía por la organización social de las mujeres, manifestada en la posición de la población encuestada con respecto a las mujeres que protestaron por la ley de distritalización del Vaso de Leche. El 72.7% juzgaron que actuaron bien. Mientras que los restantes dijeron que estuvo mal o que debieran dedicarse a cuidar a sus hijos. Es notorio el respaldo a esas mujeres organizadas y el rechazo a la medida gubernamental que trataba de debilitar su trama metropolitana. La protesta que llevaron a cabo, al lado de su organización, es legitimada por la opinión pública. Igualmente se nota el respaldo a las mujeres trabajadoras del hogar y el derecho a ser tratadas con justicia, conociéndose además y públicamente el compromiso de las mujeres organizadas en sindicatos para apoyar la ley en cuestión.
Es decir, la organización de las mujeres por sus derechos sociales es ampliamente reconocida. Si a ello unimos la legitimación que se les otorga a su presencia y trabajo en el barrio, estamos frente a un reconocimiento de su rol social y no necesariamente del político.
¿Cree ud. que las mujeres hacen algo por el barrio o la comunidad?
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Si trabajan por comunidad 316 53.4
No lo hacen 78 13.2
Solo algunas lo hacen 198 33.4